Desde el exilio en India, el Dalai Lama ha confirmado que su sucesión se llevará a cabo conforme a los rituales del budismo tibetano. La afirmación del líder espiritual —que este domingo cumple 90 años— ha reavivado un debate de profundo trasfondo político y religioso: ¿quién será el próximo Dalai Lama y qué papel jugará China en este proceso?
La elección del 15º Dalai Lama no es un procedimiento convencional. Según la tradición, el sucesor debe ser identificado como la reencarnación del Bodhisattva de la Compasión, un ser iluminado que retorna al mundo para guiar espiritualmente a los demás.
A diferencia de otras religiones, el liderazgo tibetano no se transmite por linaje ni por votación, sino que se busca a un niño nacido poco después de la muerte del Dalai Lama anterior, quien demuestre mediante pruebas, visiones y señales místicas ser la continuación espiritual del líder fallecido.
Tras la muerte de un Dalai Lama, los altos lamas tibetanos entran en un periodo de contemplación y duelo. En esa fase se interpretan señales sobrenaturales, como visiones obtenidas frente al lago sagrado Lhamo Latso, sueños proféticos o fenómenos inusuales.
El actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, fue identificado en 1939, cuando a los dos años reconoció objetos personales de su predecesor, lo que fue interpretado como un signo de reencarnación. El hallazgo se produjo tras un meticuloso rastreo que incluyó una visión del entonces regente y el recorrido por aldeas del noreste tibetano.
Una vez identificado el niño, este es trasladado a un monasterio donde comienza su formación monástica. El proceso culmina con su entronización, tradicionalmente en el templo de Potala, en Lhasa, y su posterior ordenación como monje novicio en Jokhang, otra sede espiritual de alto rango en el Tíbet.
El proceso sucesorio ocurre en un contexto de confrontación con el gobierno chino, que desde la ocupación del Tíbet en 1950 considera al Dalai Lama un "separatista". El líder espiritual se exilió en 1959 en la ciudad india de Dharamsala, donde fundó un gobierno tibetano en el exilio.
Desde entonces, Pekín ha intentado controlar la narrativa religiosa. Según las autoridades chinas, cualquier reencarnación debe ser aprobada por el gobierno central, a través de un mecanismo establecido por la dinastía Qing en el siglo XVIII: la selección mediante una "urna dorada".
El Dalai Lama ha rechazado esta posición y anticipó que su reencarnación no nacerá bajo jurisdicción china, sino "en el mundo libre". La tarea de localizar al niño recaerá en el Gaden Phodrang Trust, fundación establecida en 2011 para coordinar sus actividades.
El escepticismo tibetano hacia la interferencia de Pekín se apoya en un caso emblemático: en 1995, el Dalai Lama reconoció a un niño como la reencarnación del Panchen Lama, la segunda figura espiritual del budismo tibetano. Días después, el menor desapareció tras ser detenido junto a su familia por las autoridades chinas.
China nombró a su propio Panchen Lama, quien ha sido rechazado por gran parte de la comunidad budista tibetana y actualmente participa en eventos del Partido Comunista.
Este precedente alimenta los temores de una sucesión dual tras la muerte del actual Dalai Lama: una reconocida por el gobierno chino y otra por el exilio tibetano.
"Si aparecen dos Dalai Lamas —uno designado por China y otro por el mundo libre—, nadie respetará al primero", advirtió el líder espiritual en 2019.
India alberga a más de 100,000 tibetanos en el exilio y considera al Dalai Lama una figura clave en su política regional frente a China. Desde 1959, el líder espiritual ha mantenido relaciones fluidas con todos los gobiernos indios, y su presencia en Dharamsala es vista como una herramienta de influencia geopolítica en el Himalaya.
Estados Unidos también ha manifestado interés. En 2020, el Congreso aprobó una legislación que respalda el derecho del Dalai Lama a decidir sobre su propia reencarnación y contempla sanciones contra funcionarios chinos que interfieran en este proceso espiritual.
Con un liderazgo dividido y la creciente presión geopolítica en Asia, la sucesión del Dalai Lama podría convertirse en un nuevo punto de inflexión en la disputa entre tradición religiosa y control estatal. Lo que para los tibetanos es una cuestión de fe y continuidad espiritual, para Pekín representa un terreno estratégico que no está dispuesto a ceder.
Fuente: El País