La ceguera ideológica y el despertar ciudadano.
Por: José Antonio Sánchez - Consultor y Estratega políticoVivimos tiempos de una grave polarización ideológica. Y digo “ideológica” entre comillas, porque lo que vemos hoy es apenas una sombra distorsionada de los grandes debates doctrinarios del pasado. El socialismo, el comunismo, el liberalismo y el capitalismo, que en su momento dieron forma a proyectos de transformación social, hoy aparecen como banderas huecas, instrumentalizadas por élites que no persiguen ideales, sino negocios.
Como consultores políticos cargamos con una responsabilidad enorme: la de interpretar las corrientes sociales, dar forma a estrategias que acerquen a los pueblos a sus objetivos, pero también advertir sobre el riesgo de manipular a las masas para fines ajenos a sus verdaderos intereses. Porque la ceguera ideológica, más que nunca, se convierte en un arma peligrosa.
Lo que abunda en nuestros días son hombres y mujeres que defienden con pasión causas que, en la práctica, ya no existen. Se trata de mentes dormidas, movilizadas con discursos caducos, convencidas de que luchan por una justicia social que nunca llega, mientras en realidad fortalecen a los mismos tiranos de siempre. Ese “socialismo” que hoy se agita en plazas y campañas, poco tiene que ver con los textos científicos de Marx y Engels o con el análisis histórico de Lenin. Mucho menos con los luchadores sociales que realmente arriesgaron la vida para dignificar al trabajador y dar a los pueblos pan, tierra y libertad. Lo que existe es un falso socialismo, un disfraz que en la práctica legitima a nuevos explotadores. Y del otro lado, un falso liberalismo que se presenta como defensor de la libertad individual, pero que en la realidad construye monopolios, concentra la riqueza y reduce al ciudadano a mero consumidor. El resultado es el mismo: masas manipuladas, enfrentadas entre sí, defendiendo ideologías muertas que ya no explican ni resuelven el presente.
Hoy vivimos en la era de la percepción. Ya no se lucha por ideales, sino por narrativas. La batalla política se libra en redes sociales, en titulares diseñados para manipular emociones, en consignas que dividen artificialmente a los pueblos. Se crea la ilusión de que existen bandos irreconciliables, cuando en realidad todos sirven, de una u otra forma, a las clases dominantes. Y el ciudadano común, atrapado en esas trincheras simbólicas, termina luchando peleas que no son suyas.
Un ejemplo revelador lo vimos en las últimas horas con Donald Trump y la intención de su administración de eliminar programas de asistencia militar destinados a contener a Rusia. Hablamos de cientos de millones de dólares que, hasta ahora, se consideraban indispensables para la seguridad del flanco oriental de la OTAN. Entre 2018 y 2022, Estados Unidos destinó más de 1,600 millones de dólares a Estonia, Letonia y Lituania, pero hoy esa narrativa de “apoyo a la defensa europea” se tambalea. ¿Qué significa esto? Que al final no existen ideologías puras: existen intereses. Estados Unidos, representante del capitalismo, y Rusia, supuesta heredera del comunismo, se entienden en lo fundamental: el juego imperialista. Trump no busca defender a Europa, busca que Europa le compre armas. Lo mismo con Ucrania: el apoyo se condiciona a que compre equipo militar estadounidense. El negocio es más importante que la ideología. Ese es el verdadero rostro del mundo contemporáneo: bajo la retórica ideológica, los acuerdos y cálculos de poder que solo benefician a unos cuantos, y en muchos casos crean autoritarismos disfrazados de pluralismo democrático.
No podemos ignorar que la batalla ya no se libra únicamente en los campos militares o en las plazas públicas. Se libra en los medios, en las plataformas digitales, en la mente de los ciudadanos. Es la guerra de la percepción, de los datos manipulados, de los relatos fabricados. Cada mensaje en redes, cada encabezado, cada “tendencia” puede movilizar emociones y polarizar sociedades enteras. La guerra digital es ya inseparable de la guerra ideológica, y ambas son herramientas para mantener a los pueblos distraídos, divididos y sometidos, que juntas crean un campo de batalla ideal para la manipulación de la percepción. Aquí surge, más que nunca, la responsabilidad de quienes trabajamos en consultoría política. No podemos limitarnos a ser operadores de imagen o estrategas de campaña y gobierno: debemos también ser guardianes de la verdad mínima necesaria para que la ciudadanía no sea reducida a masa manipulada, el primer consultado y asesorado deber ser el Pueblo.
Y entonces surge la pregunta: ¿cuáles son los intereses reales de la gente? No los discursos sobre capitalismo o socialismo, no las narrativas que enfrentan naciones ni las etiquetas ideológicas que se lanzan como armas. Los intereses verdaderos son simples, pero profundos: poder tener un trabajo digno y un salario justo, contar con escuelas que eduquen, con hospitales que curen, con caminos que conecten, aspirar a una jubilación que permita descansar después de una vida de esfuerzo, vivir en paz, libres de violencia, de incertidumbre y de guerras ajenas, libertad de pensar y de decisión. Eso es lo que el ciudadano común quiere y necesita, y sobre todo que merece.
Sin embargo, esas metas se vuelven cada vez más inalcanzables. Porque mientras los líderes del mundo juegan con narrativas ideológicas, las crisis económicas, sanitarias, ambientales y sociales golpean con fuerza a todas las naciones. La inflación, el desempleo, el encarecimiento de la vida, el colapso ambiental y las guerras lejanas que generan consecuencias locales son problemas universales. Y ante ellos, la retórica ideológica es apenas un velo que encubre la incapacidad de resolver lo que realmente importa.
La tarea que tenemos, como consultores y como ciudadanos, es despertar conciencias. Es romper con la ceguera ideológica y devolver a los pueblos la claridad de sus propios intereses. No se trata de convencer a nadie de que apoye a una bandera u otra, sino de impulsar un pensamiento crítico que permita identificar cuándo los discursos son auténticos y cuándo son solo instrumentos de manipulación. Se trata de empoderar al ciudadano para que deje de pelear batallas ajenas y se concentre en defender su vida cotidiana, su familia, su trabajo, su presente y futuro. El ciudadano consciente no se deja arrastrar por consignas vacías. Pregunta, cuestiona, exige. Y sobre todo, se organiza. Porque solo un pueblo organizado, que defiende sus verdaderas causas, sin lucha ni confrontación, sino desde la construcción, puede aspirar a transformar su realidad.
Estamos frente a una encrucijada. O seguimos defendiendo fantasmas ideológicos, enardecidos en trincheras que solo benefician a las élites, o despertamos de una vez por todas para luchar por lo que realmente nos pertenece: bienestar, justicia, libertad y dignidad. La ceguera ideológica ya ha causado demasiado daño. Ha dividido pueblos, ha perpetuado dictaduras, ha legitimado guerras y ha servido de excusa para perpetuar la desigualdad.
Ha llegado el momento de abrir los ojos. Y en esa tarea, quienes trabajamos en política no podemos ser neutrales. Nuestra responsabilidad es acompañar, orientar y contribuir a que los pueblos se reconcilien con sus verdaderos intereses. Porque mientras el ciudadano siga defendiendo causas muertas, seguirá empoderando a los mismos explotadores de siempre. Pero si despierta, si se organiza y toma conciencia, entonces sí habrá una posibilidad real de construir un futuro distinto. El tiempo de la manipulación debe llegar a su fin. El tiempo del ciudadano consciente debe comenzar ya.





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