El poder no se improvisa, ninguna candidatura nace de cero
Por: Avidel Villarreal
En política, nada verdaderamente importante ocurre por casualidad. Las candidaturas que logran conmover, movilizar y finalmente ganar no emergen espontáneamente, ni se construyen desde un vacío. Toda aspiración política, sea local o nacional, nace de un capital previo, una trayectoria, una legitimidad, una credibilidad pública o una causa capaz de ordenar voluntades. Y, desde la experiencia como estratega político, puedo afirmarlo con contundencia: una campaña jamás comienza en el día uno; empieza en la historia de vida del candidato.
El mito del outsider espontáneo es seductor, pero falso. Incluso quienes parecen irrumpir sin estructura tienen detrás una historia, un acumulado simbólico o una red que les permite hablar con autoridad. Lo que el público ve en campaña es apenas el capítulo final de un proceso mucho más largo, construido con años de esfuerzo y decisiones acumuladas.
La política es un proyecto de vida. Nadie puede aspirar a encabezar un país o una ciudad si no ha construido antes algo que lo vuelva reconocible y confiable. Algunos traen prestigio académico o profesional; otros vienen del trabajo social, del sindicalismo, de la defensa de derechos o de la lucha territorial. No importa el origen, lo esencial es que haya un punto de partida real.
Un ejemplo claro es Claudia Sheinbaum, presidenta de México. Su triunfo no surgió el día que inició campaña. Se sostuvo en décadas de trayectoria como científica reconocida, activista desde joven, secretaria de Medio Ambiente en la Ciudad de México, jefa de Delegación, jefa de Gobierno y pieza clave del movimiento que transformó la política mexicana. Sheinbaum llegó a la presidencia no desde la improvisación, sino desde una carrera sólida, coherente y verificable. Su capital político se construyó mucho antes de su campaña presidencial.
Otro caso es Gabriel Boric, en Chile. Su candidatura no nació en La Moneda, sino en las movilizaciones estudiantiles que marcaron a toda una generación. Su paso del activismo a la institucionalidad y luego al Congreso le dio una legitimidad que, con el tiempo, se convirtió en fuerza electoral. Boric ganó porque su historia ya hablaba por él.
Como estratega, he visto este patrón una y otra vez. Los candidatos que creen que su campaña comienza con el calendario electoral llegan tarde. La gente no vota por slogans; vota por historias de vida, además bien contadas. Vota por historias que transmiten coherencia, por liderazgos que han demostrado algo antes de pedir el voto. Ese capital, cuando existe, se vuelve la energía que mueve toda estrategia electoral.
Por eso, siempre digo que lo que se construye fuera de campaña determina lo que es posible dentro de ella. Un líder necesita demostrar que puede movilizar recursos, gestionar equipos, mantener disciplina, enfrentar crisis y generar confianza. Quien llega sin haber construido nada no trae una candidatura, trae un deseo.
Si un aspirante aún no tiene suficiente base, la recomendación es clara: no quemar la oportunidad. La política exige maduración, acumulación y consistencia. Ningún capital político auténtico nace en una encuesta. Nace en la calle, en el trabajo diario, en la coherencia personal, en la cercanía con la gente y en la demostración constante de capacidad.
La otra regla fundamental es tan dura como verdadera: la victoria siempre es del candidato; la derrota siempre es del estratega. El liderazgo político es responsabilidad absoluta. El estratega acompaña, orienta, anticipa riesgos, estructura el mensaje y diseña el camino; pero el que encarna el proyecto, inspira, moviliza y convence es el candidato. El triunfo lleva su nombre porque nace de su historia. La derrota, en cambio, se le adjudica al diseño, aunque muchas veces tenga sus raíces en un capital insuficiente o mal construido.
Pero esa dinámica no cambia la esencia. Las campañas son el reflejo de lo que el candidato ya era antes de aspirar. Nadie conquista una victoria desde el vacío. Y nadie se convierte en líder legítimo solo por aparecer en una boleta.
Las grandes victorias se explican por trayectorias largas, coherentes y visibles. Las grandes derrotas, casi siempre, por haber subestimado esa verdad.
En
política, como en la vida, el poder no se improvisa. Y quien pretenda hacerlo, lo
paga el día de la elección.

.jpg)
