Por: Elliot Coen
A poco más de seis meses para las elecciones
presidenciales del primer domingo de febrero de 2026, el panorama político
costarricense es un mar de incertidumbre. Lejos
de estar definido, el escenario se caracteriza por una volatilidad extrema
donde, en teoría, cualquiera podría ganar, tanto los candidatos ya perfilados
como alguna figura que aún no ha emergido y que podría aparecer antes de
finales de setiembre próximo, fecha en que ya no es posible presentar
candidaturas.
Esta indefinición se nutre de un electorado
con una mayoría "sin partido", escéptico y reactivo, que decide su
voto en el último momento. En este contexto, la principal ventaja estratégica
no la tiene un candidato en particular, sino la candidata oficialista,
beneficiada directamente por una oposición profundamente fragmentada, incapaz,
hasta ahora, de articular un frente común. La
contienda no es solo por la presidencia, sino por el alma de un país que debate
su futuro entre el populismo, la tecnocracia y la nostalgia de un orden
perdido.
La heredera del
Chavismo: Laura Fernández y la apuesta por la continuidad
En el epicentro de la contienda se encuentra Laura Fernández Delgado, la ungida candidata del oficialismo a través del partido Pueblo Soberano. Politóloga con una maestría en Políticas Públicas, su ascenso ha sido meteórico, pasando del Ministerio de Planificación (MIDEPLAN) al influyente cargo de Ministra de la Presidencia, consolidándose como la "mano derecha" del presidente Chaves.
- Apoyo y estrategia: La principal fortaleza de Fernández es, sin duda, el respaldo explícito del presidente y su círculo cercano. Esto le garantiza el apoyo del núcleo duro del "chavismo", una base electoral movilizada que valora la confrontación con las élites tradicionales. Su estrategia se perfila como la de la continuidad, defendiendo proyectos emblemáticos y controvertidos como la "Ley Jaguar" y manteniendo una postura crítica contra instituciones como la Contraloría General de la República, el Poder Judicial y el Tribunal Supremo de Elecciones. Su campaña se articulará en torno a la promesa de seguir "luchando contra los mismos de siempre", con eslóganes directos como "Laura la buena" para diferenciarla de la expresidenta Chinchilla y capitalizar el legado de Chaves. Estratégicamente, su campaña se beneficia de la atomización opositora; como advirtió una figura cercana al oficialismo, si la oposición presenta múltiples papeletas, sus votos "se van a diluir", facilitando una victoria del gobierno.
- Vulnerabilidades: Sin embargo, ser la heredera es un arma de doble filo. Fernández carece del carisma disruptivo y la fuerza comunicacional que definen a Rodrigo Chaves, y los intentos de otros miembros del gabinete por emular su estilo han resultado infructuosos. Su perfil, más técnico que de masas, la expone a ser percibida como una figura sin autonomía, un eco de su mentor. Además, su defensa de políticas que generan rechazo en una parte de la población, como la "Ley Jaguar", podría ser un lastre. Hasta la fecha, no ha presentado un plan de gobierno propio y detallado, lo que la hace vulnerable a críticas sobre una falta de visión más allá de la continuidad.
El Gigante herido:
Álvaro Ramos y la crisis existencial del PLN
El Partido Liberación Nacional (PLN), la fuerza política más histórica del país, enfrenta una de sus coyunturas más complejas. Con tres derrotas presidenciales consecutivas, el partido llega a 2026 con Álvaro Ramos Chaves como su candidato, un economista que ha ocupado altos cargos como Presidente Ejecutivo de la CCSS y Viceministro de Hacienda.
- El laberinto interno: La situación de Ramos es intrincada. Debe, por un lado, unificar a un partido con profundas fracturas internas, evidenciadas en procesos pasados y luchas internas recientes, y por otro, convencer a un electorado que ve al PLN como un símbolo de la política tradicional y de la corrupción. El desafío no es menor: debe proyectar una imagen de renovación mientras lidera la estructura más "vieja" del país. Su constante ataque a figuras conocidas del PLN le pueden traer crédito o descrédito según la “victima” que decida enfrentar.
- El poder tras la candidatura: hemos visto como Ramos no ha podido imponer el liderazgo que, históricamente, recae en el candidato toda vez que ha “perdido” varias batallas con dirigentes y operadores políticos a quienes ha acusado de “sabotear” su campaña. Lo cierto es que se le ha visto débil y dependiente de quienes operan las campañas en el PLN que lo han llevado a cometer errores estratégicos y tácticos que le están pasando factura.
- La renovación que no convence: por otro lado la renovación que dice liderar el candidato Ramos no ha encontrado la credibilidad requerida para conquistar votos más allá de los simpatizantes del PLN. Por primera vez de muchas campañas, el candidato apenas logra convertir en intención de voto solo a la mitad de los simpatizantes verde blancos.
El archipiélago
de la oposición: un campo
de batalla fragmentado
Más allá de los dos polos principales, una multitud de candidatos busca hacerse un espacio, reflejando la extrema fragmentación del sistema político costarricense. Esta división es, en sí misma, la mayor debilidad de la oposición, ya que dispersa el voto anti-oficialista y aumenta las probabilidades de que la candidata del gobierno pase a una segunda ronda con un porcentaje relativamente bajo de apoyo.
- Claudia Dobles (Agenda Ciudadana): Como ex Primera Dama y arquitecta, Dobles representa una propuesta técnica y progresista. Sin embargo, su principal obstáculo es su vínculo directo con la administración de su esposo Carlos Alvarado, que terminó con bajos niveles de aprobación y es parte del establishment que el "chavismo" logró desacreditar. Su reto será capitalizar su experiencia sin heredar los pasivos de la gestión anterior.
- Fabricio Alvarado (Nueva República): Quizás el candidato con la base más consolidada fuera del oficialismo. Como periodista y excandidato presidencial que llegó a la segunda ronda en 2018, Alvarado cuenta con el respaldo de un sector conservador y religioso bien definido. Su estrategia en el pasado se basó en el uso intensivo de redes sociales y un discurso con alto contenido emocional, una fórmula que podría repetir.
- Juan Carlos Hidalgo (PUSC): Internacionalista de profesión, Hidalgo carga con la tarea de revitalizar al otro partido histórico, la Unidad Social Cristiana. Al igual que el PLN, el PUSC ha luchado por recuperar el protagonismo ejecutivo en las últimas dos décadas y debe convencer a los votantes de que representa una opción de futuro y no un vestigio del pasado.
- Los nuevos contendientes: Figuras como José Aguilar Berrocal (Avanza), Fernando Zamora (Nueva Generación) y Claudio Alpízar (Esperanza Nacional) se suman a la ya larga lista de aspirantes. Aunque aportan nuevas caras, su principal desafío será la visibilidad. En un entorno tan saturado, necesitarán una estrategia de comunicación muy efectiva y propuestas muy claras para diferenciarse y conectar con un electorado que, en su mayoría, aún no los conoce.
- Otras figuras relevantes: la lista no termina ahí. Natalia Díaz (Unidos Podemos), exministra de la Presidencia en el actual gobierno, también se postula, intentando capitalizar su experiencia gubernamental pero desde una plataforma distinta. El electorado le “cobra” su falta de definición ya que a estas alturas aún no se sabe si está buscando el apoyo del chavismo o del antichavismo. Esta ambigüedad le puede resultar caro.
- Eli Feinzag, del Partido Liberal Progresista, quien también figura en la lista principal de candidatos confirmados, representa una corriente de pensamiento liberal que también buscará, como lo hizo en el 2022, la presidencia.
Preguntas Clave para
2026
Este panorama atomizado plantea dos
interrogantes fundamentales sobre la naturaleza de la próxima elección.
¿Existe espacio para un candidato más?
Sí,
pero con enormes desafíos. La
alta fragmentación y, sobre todo, el masivo porcentaje de votantes indecisos
que muestran las encuestas, sugieren que hay un vasto terreno por conquistar. Este electorado "sin partido" no siente lealtad por
ninguna de las opciones existentes y decidirá su voto en el último momento.
Teóricamente, un candidato que logre articular un mensaje potente que responda
a las principales preocupaciones ciudadanas —inseguridad, costo de la vida y
corrupción— y que proyecte una imagen de competencia y honestidad, podría
romper el molde.
Sin embargo, el reto es monumental. Con
tantos nombres en la papeleta, el principal obstáculo es el ruido mediático y
la dificultad para construir una marca personal reconocible. Cualquier nuevo
aspirante necesitaría no solo una visión clara, sino también recursos
significativos y una estrategia de comunicación disruptiva para captar la
atención.
¿Será una elección entre mujeres?
Es
una posibilidad muy real y significativa. La contienda de 2026 podría marcar un hito en la política
costarricense. Con Laura Fernández como la candidata a vencer por el
oficialismo, y figuras de alto perfil como Claudia Dobles, Natalia Díaz y otra
que podría surgir en la oposición, el escenario para una segunda ronda
disputada exclusivamente por mujeres es plausible.
Esta dinámica no sería casualidad. Responde
no solo a la capacidad y trayectoria de estas lideresas, sino también a un
marco legal que promueve la paridad de género en todas las nóminas de elección
popular. Una contienda de este tipo podría redefinir
el debate, introduciendo nuevos enfoques y estilos de liderazgo. La pregunta
sería si el electorado votaría en función del género o si, como en elecciones
anteriores, primarían las propuestas, la percepción de capacidad y la conexión
emocional para resolver los problemas más apremiantes del país.
El parteaguas del
2026: ¿Qué definirá la elección?
En un escenario tan fluido e incierto, la pregunta clave es: ¿cuál será el punto de inflexión, el "parteaguas" que finalmente defina la contienda? No será un único evento, sino la convergencia de varios factores que pondrán a prueba las narrativas de todos los candidatos frente a la realidad de los votantes.
- El desgaste de la realidad vs. la retórica: El gobierno actual ha sostenido su popularidad con un discurso de confrontación contra las "élites" y los "mismos de siempre". Sin embargo, la paciencia del electorado es finita. El verdadero parteaguas ocurrirá cuando las preocupaciones cotidianas —la creciente percepción de inseguridad, el alto costo de la vida y la corrupción— pesen más que la retórica. Siete de cada diez personas ya consideran que la seguridad y la corrupción han empeorado. El momento en que una masa crítica de votantes comience a responsabilizar a la administración actual por la "mala gestión del Gobierno" (que ya es la tercera preocupación ciudadana) será decisivo.
- La prueba de transferencia de carisma: La candidatura de Laura Fernández depende casi por completo de la popularidad de Rodrigo Chaves. El parteaguas será la prueba de fuego sobre si ese carisma es transferible. Las encuestas muestran que, si bien el presidente goza de alta aprobación, este apoyo no se traduce automáticamente en respaldo a sus iniciativas concretas, como la "Ley Jaguar". Además, el 94% de los costarricenses rechaza que alguien, incluido el presidente, les diga por quién votar. La elección se definirá cuando los votantes evalúen a Fernández por sus propias propuestas y capacidades, no como una simple extensión de su mentor.
- La búsqueda de una alternativa viable: Ante una papeleta con una docena de nombres, el votante opositor o indeciso se enfrenta al "shock de la fragmentación". El miedo a "desperdiciar el voto" en un candidato sin posibilidades reales es un factor poderoso. El parteaguas para la oposición llegará si, y solo si, una de las figuras logra consolidarse como la alternativa más viable y creíble para enfrentar al oficialismo. Esto podría ocurrir a través de alianzas estratégicas, un desempeño sobresaliente en los debates o una conexión empática que logre aglutinar el descontento disperso. Sin esta consolidación, la fragmentación seguirá siendo la mayor aliada de la candidata oficialista.
En definitiva, Costa Rica se asoma a una elección crucial. La decisión que tomen los costarricenses en 2026 no solo definirá al próximo ocupante de la Casa Presidencial, sino que también ofrecerá un veredicto sobre el legado del "chavismo" y marcará el rumbo del país para la próxima década. El resultado está en el aire, y dependerá de quién logre convencer al masivo y escéptico bloque de indecisos de que tiene las respuestas reales para los problemas que les quitan el sueño.