Por: Janneth Moreno
@janneth_moreno
En tiempos de polarización, las redes sociales son mucho más que plataformas de entretenimiento: son catalizadores de movimientos sociales. Un solo mensaje puede encender la chispa que moviliza a miles, y cuando esa chispa conecta con causas legítimas, la conversación digital se transforma en acción real.
Hace
unos días, la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, convocó a lo
que llamó una “resistencia democrática” en la Ciudad de México. Más allá de las
interpretaciones políticas, su llamado es un ejemplo de cómo una figura pública
puede detonar la organización ciudadana desde las redes hacia la calle.
El
activismo es la acción colectiva para transformar una realidad. La
participación ciudadana es el derecho y la responsabilidad de involucrarnos en
las decisiones que nos afectan. Cuando ambos se encuentran, nace un movimiento
social que puede reescribir narrativas, influir en agendas y generar cambios
concretos.
Cada
vez que la gente se une para defender una causa, no solo se protesta: se
construye comunidad. Se crean redes de apoyo, se comparten recursos y se
fortalece el tejido social. La verdadera fuerza de la democracia está en su
gente, no solo en las urnas, sino en cada acto cotidiano de participación.
Un
movimiento social no se sostiene solo con entusiasmo. Necesita estrategia:
objetivos claros, mensajes coherentes y canales definidos para sumar más voces.
Las redes sociales han multiplicado la capacidad de convocatoria, pero la
verdadera fuerza está en convertir la atención momentánea en compromiso
sostenido. Esto implica formar líderes, diversificar acciones y mantener la
causa viva más allá del momento de tendencia.
Los
movimientos que perduran son los que logran ser inclusivos y representativos.
Abrir espacios para diferentes perspectivas y realidades no solo fortalece la
legitimidad de una causa, sino que amplía su impacto. Un activismo plural, que
escucha y dialoga, tiene más posibilidades de tejer alianzas y lograr cambios
profundos que beneficien a toda la comunidad.
Y ahí está el verdadero reto: no esperar a que otros
convoquen, sino asumir nuestro papel como ciudadanos activos. No siempre se
trata de marchar; también es informarse, dialogar, proponer y colaborar en
proyectos que mejoren nuestra comunidad. Porque la democracia no se delega: se vive,
se cuida y se construye todos los días.