Por: Eduardo Carbajal. Consultor en Estrategia Política
En política, la oposición es un papel fundamental para evitar que el gobierno de turno se vuelva un todopoderoso sin límites. Cuando el poder no tiene contrapesos, se corre el riesgo de caer en el autoritarismo. Hoy en día, la oposición debe ser esa voz incómoda que pregunta, que fiscaliza y que no se deja encantar por discursos bonitos llenos de promesas vacías.
Combatir el autoritarismo no significa vivir en una eterna pelea, pero sí implica no tragarse todo lo que dice el poder como si fuera la receta de la abuela. Hay que cuestionar, exigir explicaciones y evidencias, como cuando pides la factura en un restaurante para comprobar que no te cobraron el postre dos veces. En democracia, la vigilancia ciudadana y de la oposición no es mala educación; es salud pública.
Levantar la voz no es un acto de rebeldía adolescente, es un derecho y, más que eso, una responsabilidad. Porque si te quedas callado, alguien más decide por ti, y normalmente no será para tu beneficio. Pensemos en la política como un partido de futbol: si solo un equipo juega, se acabó la competencia y todos los goles van para el mismo lado. La oposición está para equilibrar el marcador y defender la portería de la ciudadanía.
La historia de México nos recuerda que los grandes avances no llegaron de la obediencia ciega, sino de quienes cuestionaron el status quo. El voto libre, la alternancia y las libertades civiles se conquistaron con voces críticas que se negaron a aplaudir todo.
Hoy más que nunca, México necesita una oposición firme, creativa y cercana a la gente. Una oposición que no solo critique, sino que proponga soluciones reales, y que entienda que la democracia es un deporte de equipo donde el árbitro son las leyes y el balón es la voz del pueblo. Si no cuidamos ese juego, corremos el riesgo de que nos cambien la cancha, las reglas… y hasta el marcador.
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