En un país donde la cifra de personas desaparecidas supera los 130 mil casos y la impunidad persiste como constante, un grupo de científicos mexicanos apuesta por métodos innovadores para mejorar las labores de localización. Cerdos, drones, análisis del suelo y cámaras hiperespectrales conforman el núcleo de un ambicioso proyecto que busca convertir a la ciencia en una aliada de las víctimas.
En terrenos controlados por la Universidad de Guadalajara, investigadores del CentroGeo —instituto federal especializado en información geoespacial— llevan a cabo experimentos que simulan prácticas del crimen organizado: visten, mutilan, encintan y entierran cadáveres de cerdos, animales anatómicamente similares a los humanos. El objetivo es replicar condiciones reales de desaparición y analizar cómo se comporta la naturaleza ante esos escenarios.
Los resultados de estas pruebas, que incluyen mapeo satelital, análisis de flora e insectos, y sensores térmicos, buscan generar patrones para orientar futuras búsquedas y acotar las zonas de excavación. Aunque aún no hay conclusiones definitivas, los investigadores aseguran que las herramientas tecnológicas pueden complementar —aunque no sustituir— los testimonios y la experiencia de los colectivos de familias buscadoras.
“La prioridad es aplicar el conocimiento científico de inmediato. No podemos esperar años; hay una urgencia humanitaria”, afirma José Luis Silván, coordinador del proyecto y especialista en geotecnologías del CentroGeo. La iniciativa cuenta con la participación de la UNAM, la Universidad de Oxford y la Comisión de Búsqueda de Personas del estado de Jalisco, y recibe parte de su financiamiento del gobierno británico.
Lejos de laboratorios aislados, este proyecto se alimenta de la experiencia directa de quienes más saben del terreno: los familiares. Desde hace más de una década, padres, madres y hermanos han recorrido zonas controladas por el narco armados con una vara para detectar fosas clandestinas. Gracias a ellos, miles de enterramientos ilegales han salido a la luz.
Ahora, sus observaciones empíricas están siendo integradas al modelo científico. Un ejemplo: la presencia de ciertas flores amarillas en los sitios de entierro fue reportada por buscadoras y luego confirmada por análisis de fósforo en la superficie. “El intercambio de conocimiento es mutuo. Nosotros mostramos las posibilidades técnicas y las familias nos enseñan lo que han aprendido en campo”, explica Silván.
La complejidad del problema exige enfoques multidisciplinarios. El equipo trabaja con drones hiperespectrales que detectan compuestos químicos en el suelo, escáneres láser, sensores sísmicos, cámaras térmicas y análisis entomológicos. Las fosas son tratadas como microsistemas vivos donde el desarrollo de ciertas plantas o la presencia de insectos pueden revelar actividad orgánica en descomposición.
El estado de Jalisco, con más de 15 mil personas desaparecidas, es un punto crítico. La Comisión de Búsqueda local —liderada por Tunuari Chávez— aporta datos de contexto como rutas del crimen organizado, tiempos de traslado y características del terreno. Uno de sus hallazgos fue que muchas víctimas son localizadas en el mismo municipio donde desaparecen, lo que permite optimizar las zonas de búsqueda.
“Analizamos desde patrones delictivos hasta características del subsuelo. Eso nos ayuda a identificar sitios que pueden replicar condiciones reales”, explica Chávez.
Un caso emblemático fue la correcta identificación en 2023 de una adolescente que había sido clasificada erróneamente por la fiscalía como un hombre adulto. El hallazgo fue posible gracias al cruce de información geográfica, forense y de contexto.
El antropólogo forense canadiense Derek Congram, uno de los referentes del proyecto, advierte que ninguna herramienta es infalible. “La mayoría de las búsquedas exitosas provienen de testimonios sólidos y excavaciones dirigidas. La tecnología puede ser poderosa, pero no es la solución mágica”, sostiene.
Algunos colectivos también han cuestionado la eficacia de las herramientas tecnológicas. Héctor Flores, quien busca a su hijo desde 2021, señala que siguen siendo las familias quienes localizan la mayoría de los restos. “La inversión en tecnología debe traducirse en resultados. De lo contrario, seguimos solos”, lamenta.
Pese a las dudas, hay quienes ven con esperanza la integración de ciencia y tecnología. “Nunca imaginé volverme experta en localizar cuerpos”, dice Maribel Cedeño, buscadora desde hace cuatro años. “Pero si las flores o los insectos pueden hablarnos, hay que escucharlos”.
La iniciativa, nacida tras el caso Ayotzinapa en 2014, se presenta como una oportunidad para reconfigurar la respuesta institucional. No promete soluciones inmediatas, pero sí una nueva forma de enfrentar una tragedia nacional con herramientas del siglo XXI.
“Si la ciencia no sirve para resolver problemas reales, entonces ¿para qué?”, se pregunta Silván. La pregunta sigue abierta, pero el esfuerzo por responderla ya está en marcha.
Fuente: AP