La esperada cumbre entre la Unión Europea y China, que conmemoraba 50 años de relaciones diplomáticas, cerró sin acuerdos sustantivos y con un intercambio de reproches velados que reflejan el deterioro progresivo de una relación estratégica clave para el orden internacional.
Durante el encuentro, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, advirtió que el vínculo entre ambas potencias ha llegado a “un punto de inflexión” y urgió a “reequilibrar” la relación bilateral. Junto a ella estuvo António Costa, presidente del Consejo Europeo, mientras que por parte del gobierno chino participó el presidente Xi Jinping, quien, sin abandonar el tono diplomático, apeló a “tomar decisiones estratégicas correctas que respondan a las expectativas de los pueblos y resistan la prueba de la historia”.
Más allá de las formas, el fondo del diálogo dejó al descubierto una profunda falta de sintonía. La única coincidencia visible fue el interés mutuo por mantener la cooperación en materia climática.
Europa llegó a la cumbre con una lista de demandas: mayor acceso de sus empresas al mercado chino, el fin del uso del comercio como herramienta de presión, y el cese del apoyo indirecto de Pekín al esfuerzo bélico ruso en Ucrania. También expresó preocupación por la situación de los derechos humanos en regiones como Xinjiang y Tíbet, y por las crecientes tensiones en el estrecho de Taiwán.
China, por su parte, exigió el levantamiento de aranceles a sus vehículos eléctricos –objeto de investigaciones por subsidios desleales en la UE– y reclamó garantías de que el bloque mantendrá su mercado abierto. Asimismo, instó a Bruselas a adoptar una posición más autónoma de Estados Unidos y a respaldar su visión de un “mundo multipolar”.
Fuentes diplomáticas comunitarias admiten que esperaban gestos más concretos del lado chino, sobre todo ante el posible regreso de Donald Trump a la presidencia de EE. UU., escenario que podría reconfigurar los equilibrios geopolíticos. Sin embargo, perciben que Pekín no ha mostrado voluntad real de flexibilizar su posición.
La tensión ha escalado en las últimas semanas. Bruselas impuso sanciones a dos bancos chinos por su presunta colaboración con Moscú, y avanza en la aplicación de aranceles a productos chinos considerados distorsionadores del mercado. Para Von der Leyen, estas medidas reflejan que la UE “está dejando atrás la ingenuidad” en su relación con Pekín.
Durante una reunión paralela con el primer ministro chino, Li Qiang, Von der Leyen reiteró que Bruselas espera pasos concretos: eliminación de barreras para las empresas europeas, freno al exceso de capacidad industrial que impacta los precios globales, y mayor transparencia en exportaciones estratégicas como las tierras raras. “Si no se atienden nuestras preocupaciones, actuaremos en defensa de nuestros intereses”, advirtió.
Xi Jinping trató de suavizar el tono con su retórica habitual, afirmando que tanto Europa como China son “actores de peso” en la escena internacional. Pero el trasfondo sigue siendo el mismo: para Pekín, la UE no logra desvincularse del eje atlántico liderado por Washington, y sus decisiones recientes lo confirman.
La última cumbre de la OTAN, donde varios miembros del bloque comunitario aceptaron elevar el gasto militar en línea con las demandas de EE. UU., y el reciente acercamiento de Bruselas a Washington para pactar aranceles generales del 15%, han reforzado en Pekín la percepción de una Europa alineada y subordinada a los intereses estadounidenses.
En este contexto, el aniversario de los 50 años de relaciones diplomáticas entre Bruselas y Pekín se ve opacado por la falta de avances sustantivos y una creciente desconfianza mutua. Aunque ambos lados afirman estar dispuestos a “cambiar la dinámica”, queda claro que ninguno moverá ficha sin concesiones previas del otro.
Por ahora, la cumbre ha dejado una fotografía clara: la distancia entre las expectativas y las realidades de la relación euro-china es mayor que nunca. Y las perspectivas de una reconciliación estratégica siguen siendo inciertas.
Fuente: El Confidencial