La nueva Suprema Corte: un arranque con más promesas que certezas
Cuando
una institución como la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se
renueva, con nuevos ministros y una reforma estructural detrás, las
expectativas suelen dispararse. Se espera que llegue cargada de frescura,
credibilidad y fuerza moral para marcar un antes y un después. Pero, si bien
las intenciones pueden ser poderosas, el primer tramo ha dejado más dudas que
aplausos.
La
reforma judicial emprendida recientemente cambió la forma de elegir ministros y
redujo el número de integrantes del tribunal, entre otras transformaciones
administrativas. Con ello, vino el arribo de nuevos rostros, nuevos discursos,
y, sobre el papel, una oportunidad para renovar la narrativa: que el Poder
Judicial deje atrás los vicios del pasado y actúe como un contrapeso serio,
cercano y transparente.
Sin embargo, en estas primeras semanas se han observado algunos tropiezos que comprometen ese ideal:
- Celebraciones poco convincentes: Desde cenas lujosas hasta ceremonias ostentosas, el simbolismo se percibe disonante con el discurso de austeridad y proximidad al ciudadano.
- Errores de procedimiento y desorden organizativo: En las primeras sesiones del pleno, algunos ministros han sido sorprendidos por su falta de manejo cabal de los procesos internos, incluso recurriendo a asesores para explicar votos en plena sesión.
- Asesores en exceso: Se ha denunciado que algunos ministros disponen de equipos numerosos, lo que descompone la imagen de austeridad y genera cuestionamientos sobre el uso del erario.
- Inconsistencias en los votaciones: Casos mediáticos como el de un cambio inesperado de voto por parte de la ministra Lenia Batres han despertado suspicacias sobre la coherencia interna del nuevo tribunal.
- Nepotismo y contradicciones al discurso: Aunque se prometió que la nueva Corte rompería con prácticas como el nepotismo, han surgido casos en los que partes de esas promesas están bajo sospecha.
- Choques en temas de transparencia: En varias controversias la Corte ha tenido que dirimir qué información debe hacerse pública y cuál no, enfrentando debates internos entre apertura y reserva institucional
Ante
estas señales, ¿qué tan viable es esperar que la nueva SCJN construya de
inmediato una narrativa altiva, confiable y cercana?
Una
de las primeras voces públicas en salir a defender a los nuevos ministros ha
sido la de Ricardo Monreal, quien ha pedido “paciencia” en este periodo de
adaptación. Su argumento es que es natural que haya tropiezos al inicio, cuando
se reorganiza todo desde los cimientos. Pero esa defensa también implica un
riesgo: si la ciudadanía percibe que esos errores son estructurales en lugar de
incidentes, la legitimidad del tribunal podría verse erosionada desde muy
temprano.
El
nuevo presidente de la Corte, Hugo Aguilar Ortiz, quien asumió el cargo
en septiembre de 2025, representa un símbolo de cambio. Es de origen indígena,
y su designación, producto de la reciente reforma judicial, fue parte de una
apuesta política que buscaba reflejar pluralidad y renovación. Pero para que
esa promesa no quede sólo en el gesto simbólico, necesita respaldarla con
decisiones firmes, coherentes y una comunicación clara. Hasta ahora, parte de
ese camino ha sido cuesta arriba.
La
Corte vieja tenía defectos evidentes: opacidad, excesiva tecnocracia, distancia
del ciudadano, viejas redes de complicidades. La nueva Corte, en su arranque,
parecía tener todo para escribir una historia diferente. Pero más que el cambio
de caras, lo que la ciudadanía observa con atención es el estilo de gobierno
que se imprime, la coherencia entre discurso y práctica, y la calidad
institucional que se construye día a día.
Estamos
en un punto de inflexión: si esta nueva Suprema Corte no corrige rápidamente
las fallas iniciales, terminará parecida a la antecesora, con un cambio
superficial pero con las mismas inercias. La narrativa que podía acompañarla
—una justicia más cercana, transparente, digna— empezará a desgastarse si sigue
la percepción de improvisación o impostura. Pero si logra ajustar sus pasos,
mejorar su interior y traducir discurso en acciones cotidianas, podría sí
encarnar el poder moral que mucha gente espera.
El
reloj está en marcha. Veremos, en los próximos meses, si esta Corte deja de ser
“la nueva con errores” y se consolida como una institución confiable,
respetada, capaz de legitimar el sistema judicial frente al país que exige un
estándar más alto.