El nuevo campo de batalla. Claves ComPol Parte XXIV
Por: @OrlandoGoncal
Hoy una campaña es un startup político, en
español “puesta en marcha” requiere de agilidad, especialización y estructura
bien definida para ganar en la era convulsa, digital y de datos.
Una campaña electoral es como un startup, es
una empresa emergente de reciente creación, con un modelo innovador y
escalable; a menudo, de base tecnológica que busca un crecimiento
rápido. Se caracterizan por su agilidad, flexibilidad y enfoque en los
electores, para revolucionar un territorio y satisfacer las demandas del
electorado.
Casi toda campaña electoral comienza con
una chispa: destello de un grupo de voluntarios entusiastas y contratados,
armados con convicción y, la esperanza de cambiar las cosas. Esta pasión es el
motor, la energía bruta que pone la candidatura en movimiento.
Sin embargo, la historia está llena de
movimientos vibrantes que, al final, se estrellaron contra el muro de la
ineficacia. El verdadero desafío, y lo que separa a un esfuerzo noble de una
victoria, no es la cantidad de corazón, sino la calidad de la estructura.
La pregunta fundamental para cualquier
aspirante es: ¿Cómo transformar esa marea de buena voluntad en una máquina de
campaña eficiente, que maximice cada persona y optimice el dinero invertido?
La respuesta reside en la especialización
y la integración. Una campaña moderna debe verse, no como un monólogo del
candidato, sino como un sistema operativo complejo; dividido básicamente en
cinco áreas interdependientes.
En la base de la campaña se debe encontrar
el área política/estratégica, contenida en el “qué, y el por qué”. Este es el
cerebro que define la propuesta de valor del candidato; diseña la agenda y
establece la hoja de ruta a seguir. La estrategia debe nacer de la investigación,
encuestas, focus groups, y otras herramientas disponibles. Aquí, la
intuición no tiene cabida.
El mensaje central, liderado por el jefe
de campaña y el estratega principal, es la brújula que impide que la campaña se
desvíe en medio de la tormenta mediática.
Una vez que el “qué” está definido, entra
en juego el área de comunicación y medios, para articular el “cómo lo decimos”;
siendo los responsables de la imagen pública y la narrativa. Su tarea es
asegurar que el mensaje se transmita de forma clara, coherente y con convicción,
a través de todos los canales.
En el siglo XXI esta área es inseparable
del área digital y de datos. El “dónde” y el “a quién” es el -binomio de la
inteligencia en la campaña- la fábrica de la personalización. Ya no basta con
emitir un spot masivo; la victoria reside en el microtargeting, usar el big
data para identificar al votante indeciso, segmentar mensajes
quirúrgicamente, a través de publicidad digital, y movilizar apoyos en la red.
No se trata solo de publicar contenido atractivo, sino de medir, analizar y
optimizar cada interacción.
Finalmente, el trabajo duro se aterriza
con el área de operaciones y movilización (el “en la “calle"). Esta es el -cara
a cara de la campaña-. Esta área se encarga de la logística de eventos, el
reclutamiento de voluntarios, de masificar y amplificar el mensaje de la
campaña en territorio. Recordemos que nada sustituye el contacto directo.
El mejor mensaje es inútil cuando el
votante no llega a la urna. La eficacia de esta área es lo que convierte el
apoyo potencial en votos reales.
Por su puesto otra unidad crucial, es la
estructura electoral para el día “D”, la cual debe comenzar a construirse desde
el día uno, pues será la responsable de garantizar que cada voto emitido sea
contabilizado.
Complementando en este contexto se
encuentra el área de administración y finanzas (el “con qué”). La transparencia
en la recaudación de fondos, el cumplimiento normativo y la eficiente inversión,
contribuyen con la credibilidad del candidato y el éxito de la campaña.
Pero, ninguna estructura funciona sola. El
éxito final depende del gerente o jefe de campaña, el verdadero director de
orquesta.
El liderazgo efectivo se basa en cuatro
pilares: comunicación clara y constante de las metas, delegación con confianza
en los expertos de cada área, una cultura de datos donde las decisiones se
basan en métricas y, el reconocimiento y estimulo constante a los integrantes
de la campaña. Una campaña es un maratón agotador; el líder debe ser el
principal motivador.
En resumen, la transición de la pasión a
la victoria requiere profesionalizar la política. Se trata de sustituir el
optimismo ciego por el diseño estratégico, la emoción desbordada por la gestión
eficiente, y el activismo espontáneo por la integración de datos. Solo cuando
cada voluntario, estratega y el dinero, se colocan bajo el paraguas de una
estructura especializada y un liderazgo integrador, esa chispa inicial de
entusiasmo se convierte en la máquina implacable para la batalla y que gana
elecciones.


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