La batalla por el alma de Costa Rica

La batalla por el alma de Costa Rica

El Dilema Moral: claves estratégicas para la elección presidencial de 2026 en Costa Rica

Por: Elliot Coen

El panorama político de Costa Rica de cara a las elecciones presidenciales de 2026 no puede ser comprendido a través de los lentes tradicionales del análisis político. No se trata de una contienda que se definirá por la superioridad de las propuestas programáticas, la capacidad de gestión de los candidatos o la histórica maquinaria de los partidos. La elección que se avecina es, en su esencia, un referéndum sobre el carácter moral de la nación, una batalla entre una narrativa de ruptura populista contra un sistema desacreditado y una oposición tradicional que ha fracasado en articular una visión moral alternativa que resuene con un electorado fatigado y escéptico.

Este diagnóstico se fundamenta en una paradoja revelada por los datos más recientes. La encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica, realizada entre septiembre y octubre de 2025, dibuja un escenario de profunda contradicción.

Por un lado, un masivo 55% del electorado permanece indeciso, un bloque dominado por mujeres y jóvenes de entre 18 y 34 años que representa no una apatía pasiva, sino un rechazo activo a las opciones presentadas. Por otro lado, el presidente Rodrigo Chaves mantiene un sólido y personalista índice de aprobación del 52%, demostrando una base de apoyo resiliente.

Sin embargo, esta popularidad coexiste con un descontento generalizado: un contundente 62% de los ciudadanos considera que otro partido debería gobernar, y un aún más abrumador, un 74% opina que el gobierno actual tuvo su oportunidad y no cumplió con su labor.

Esta aparente disonancia cognitiva en el electorado no es un error de lógica, sino la manifestación de un razonamiento que opera en un plano emocional y moral. Los votantes son capaces de separar su evaluación del desempeño administrativo de un gobierno de su identificación con la percibida lucha moral de su líder. El presidente Chaves ha enmarcado exitosamente su mandato no como un período de gestión sujeto a indicadores de rendimiento, sino como una cruzada moral contra una élite corrupta. Su retórica lo confirma: "¡Porque el enemigo, compatriota, no es invisible! ¡No señores! Tiene nombre. Tiene rostro. Tiene apellidos. Se esconde en despachos judiciales, en algunas curules...". Al posicionarse como el defensor del pueblo contra estos "enemigos", cualquier crítica a su gestión es fácilmente desviada como un ataque de esas mismas élites.

En este contexto, la estrategia de la oposición, centrada en señalar las fallas de gestión del gobierno (el 74% que siente que no se cumplió), resulta estratégicamente deficiente. Ataca la lógica de la administración, pero ignora por completo la fuente del apoyo emocional y moral del presidente. La vacilación del 55% de indecisos no radica en encontrar al gerente más competente, sino en hallar una alternativa que sea, ante todo, moralmente confiable. La campaña de 2026 no se ganará con hojas de cálculo, sino con un nuevo relato moral para Costa Rica.

La elección 2026 será decidida en respuesta al dilema moral que se plantee de la misma forma como fueron decididas las elecciones del 2018 y 2022. ¿por quien voto? es un dilema moral que solo ha entendido el oficialismo.

La ilusión de la razón: por qué las propuestas de políticas ya no ganan elecciones

La oposición costarricense opera bajo una premisa fundamentalmente errónea: que las elecciones se ganan mediante la persuasión racional. Sus campañas se estructuran en torno a soluciones técnicas y planes de gobierno detallados, asumiendo que el electorado tomará una decisión informada basada en la competencia y la viabilidad de las propuestas. Sin embargo, esta estrategia ignora la realidad emocional de los votantes. El discurso político ha transitado de la pregunta "¿quién puede gobernar mejor?" a la interrogante "¿quién está en el lado correcto de la lucha moral?".

Análisis del comportamiento electoral confirman que las elecciones se deciden "más desde el corazón que desde la razón". Los votantes actuales carecen de una identidad política sólida y anclada, lo que los hace vulnerables a liderazgos personalistas que ofrecen claridad moral en un mundo confuso. Las mismas encuestan confirman que los partidos políticos ya no son fundamentales en la decisión del voto sino lo son las candidaturas.

La principal asociación que el ciudadano promedio hace con los candidatos y los partidos políticos es la "corrupción". En un ambiente tan cargado de desconfianza, cualquier propuesta técnica se vuelve secundaria frente a la cuestión primordial de la integridad moral.

En varios artículos y reuniones privadas con políticos costarricense he insistido en este tema pero, aún no se comprende. Espero que en este artículo me pueda explicar mejor.

Un caso de estudio: Álvaro Ramos (PLN) – El tecnócrata en la era de la indignación

La candidatura de Álvaro Ramos por el Partido Liberación Nacional (PLN) es el arquetipo de una campaña racional en una era emocional. Su plataforma se construye sobre un andamiaje de propuestas complejas, detalladas y eminentemente técnicas, diseñadas para resolver problemas sistémicos con soluciones de alta ingeniería institucional.

Tiene propuestas en seguridad, en infraestructura y en pensiones que van desde un : "Comando, Control, Comunicaciones, Cómputo y Contacto Ciudadano" (C5), a un canal seco y un sistema dual que combine la pensión básica universal con un sistema contributivo modificado.

Estas son, sin duda, las propuestas de un administrador y un especialista en políticas públicas. No obstante, se comunican en un lenguaje de sistemas, logística, flujos de ingresos y mecanismos financieros que resulta completamente ajeno a la indignación moral y al deseo de acción simple y decisiva que define el estado de ánimo político actual.

Su campaña “light” ofrece una respuesta racional a una pregunta que el electorado está formulando en términos emocionales.

Otro caso de estudio: Claudia Dobles (PAC) – La carga de la redención

Por su parte, la candidatura de Claudia Dobles por la Coalición Agenda Ciudadana intenta proyectar una imagen de competencia orientada al futuro. Su campaña se articula en torno a pilares programáticos claros: "Seguridad, salud, educación y generación de oportunidades serán nuestros ejes de trabajo junto con la movilidad urbana". Sin embargo, su postulación no parte de una página en blanco; arrastra un pesado déficit moral.

Su candidatura está indisolublemente ligada al legado de la administración de Carlos Alvarado, que concluyó su mandato con niveles históricamente bajos de aprobación. Hacia finales de 2020, el rechazo a su gobierno alcanzó un 66%, y los principales problemas nacionales identificados por la ciudadanía eran el desempleo y la "mala gestión del gobierno". Este estigma se transfiere directamente a Dobles. Un análisis de la comunicación digital revela que ella, junto con Ramos son las figuras políticas que reciben el mayor volumen de comentarios negativos en redes sociales.

Esta situación la coloca en una posición estratégica insostenible. El PAC que ella representa, como marca política, está moralmente comprometido por los resultados de su última gestión. Dobles, como una figura central de esa administración, no puede simplemente presentar una plataforma a futuro. Cada una de sus propuestas es inevitablemente filtrada por el electorado a través del prisma de los fracasos pasados. Por lo tanto, su campaña no es una oferta política, sino un forzado acto de redención. No compite únicamente por la presidencia; compite, como se ha señalado, por "limpiar la cara al gobierno de Carlos Alvarado". Esta postura defensiva es una debilidad crítica. En una contienda moral contra un populista que se define por su ataque a todo el sistema político, una candidata que busca la redención de la falla más reciente de ese mismo sistema se posiciona como la encarnación del problema, no como la solución.

Otro caso de estudio: La crisis de identidad del PLN: cuando una cara nueva no puede ocultar una herida antigua

El problema fundamental del Partido Liberación Nacional no es de "imagen", un defecto superficial que podría corregirse con un candidato más carismático o una mejor campaña publicitaria. Su crisis es de "identidad", una fractura profunda y estructural en el núcleo ideológico del partido. La agrupación política que erigió el Estado de bienestar costarricense ha perdido su alma ideológica, y los votantes, aunque no lo articulen en términos académicos, perciben este vacío de autenticidad.

Fundado en 1951, el PLN fue el principal arquitecto de la reconstrucción de Costa Rica tras la guerra civil de 1948. Durante décadas, fue el promotor de un exitoso modelo de desarrollo basado en la preeminencia de un robusto Estado de bienestar. Su base no era clasista, sino "mesocrática", liderada por la pequeña burguesía profesional y urbana, lo que le confirió un amplio atractivo y un carácter reformista y anti-radical. Esta coherencia ideológica y programática le permitió mantener una hegemonía política relativa por más de treinta años.

El punto de inflexión se produjo a finales de la década de 1980. Coincidiendo con la primera presidencia de Óscar Arias, el PLN inició un claro y sostenido viraje ideológico hacia el centro-derecha, adoptando progresivamente políticas de corte neoliberal. Este cambio implicó la promoción de la privatización de empresas públicas, la desregulación de los mercados y una reducción general del papel del Estado en la economía, políticas que contradecían directamente su legado histórico.

En encuestas realizadas por el mismo PLN se percibe al PLN como “el partido de los ricos”. Este giro fue catastrófico para la identidad del partido. Como creador y principal beneficiario del modelo de Estado benefactor, el PLN "pagó la mayor parte de la factura política" una vez que este modelo fue desmantelado en favor del neoliberalismo. Para su base histórica, la adopción de políticas "contrarias a la tradición liberacionista" fue interpretada no como una adaptación pragmática, sino como una traición, como una "complicidad de las cúpulas del PLN con grupos tradicionalmente hostiles al Partido".

La capacidad de movilización del PLN, su poder para convocar y entusiasmar a vastos sectores de la población, no era solo un producto de su organización, sino una consecuencia directa de su coherencia ideológica. El partido era el garante del Estado de bienestar, lo que le proporcionaba tanto un propósito moral como una base práctica para el apoyo social y clientelar. Al abrazar el neoliberalismo, el partido desmanteló voluntariamente su propia fuente de poder. "Sin un sólido Estado Benefactor al cual recurrir en búsqueda de apoyo social y clientelar, el PLN perdió la capacidad movilizadora".

Esto creó una brecha insalvable entre la narrativa histórica del partido (justicia social, intervención estatal, solidaridad) y su práctica moderna (liberalización de mercados, austeridad). El problema, por tanto, no es que a los votantes no les gusten los candidatos actuales del PLN. El problema es que los votantes ya no saben qué representa el PLN. El partido reivindica una herencia socialdemócrata mientras que, durante décadas, ha implementado las mismas políticas que erosionaron esa herencia. Esta contradicción interna le impide construir una narrativa moral coherente y lo deja expuesto ante líderes populistas que, aunque simplistas, ofrecen una visión moral clara e inequívoca. La candidatura de un tecnócrata como Álvaro Ramos es el resultado lógico de un partido que ha sustituido la ideología por la gestión.

El otro partido tradicional, el PUSC sufre de la misma enfermedad.

El precedente de 2018: cómo un dilema moral redefinió la presidencia

La elección presidencial de 2018 fue el crisol en el que se forjó la política costarricense contemporánea. Fue el momento en que el electorado fue entrenado para priorizar conflictos morales y de valores por encima de los debates partidistas y programáticos tradicionales. Este evento sentó las bases para el entorno político actual, donde la lógica de la cruzada moral ha suplantado a la lógica de la administración pública.

El catalizador de esta transformación fue una consulta realizada en 2016 por el gobierno de Costa Rica a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y los derechos de identidad de género. La respuesta de la Corte, que afirmó la obligación del Estado de garantizar estos derechos, llegó en enero de 2018, a menos de un mes de la primera vuelta electoral. El impacto fue inmediato y sísmico, transformando por completo la dinámica de la campaña. La opinión de la CIDH, de carácter vinculante para Costa Rica, desencadenó un proceso que culminó con un fallo histórico de la Sala Constitucional que declaró inconstitucional la prohibición del matrimonio igualitario, legalizándolo de facto.

La campaña electoral se convirtió instantáneamente en un referéndum sobre este único y polarizante tema. Los dos candidatos que pasaron a la segunda ronda encarnaban a la perfección los dos polos de este dilema moral:

  • Fabricio Alvarado (Restauración Nacional): Un periodista y cantante evangélico que construyó su plataforma sobre una oposición explícita y vehemente al fallo de la CIDH y al matrimonio igualitario.
  • Carlos Alvarado (PAC): El candidato oficialista, quien adoptó un discurso progresista, enmarcado en el respeto a los derechos humanos y en defensa de la decisión de la Corte.

El resultado fue la victoria de Carlos Alvarado, no necesariamente por un apoyo abrumador a su partido o programa, sino porque una coalición de votantes, incluyendo a sectores tradicionalmente conservadores y católicos, consideró que la postura de Fabricio Alvarado representaba una amenaza mayor a la institucionalidad y a la democracia costarricense. Irónicamente, el "progresismo" ganó con el voto de un catolicismo fuerte que se sintió amenazado por el fundamentalismo evangélico.

Este proceso electoral funcionó como un "campo de entrenamiento" para la política populista y moralista. En primer lugar, obligó a los votantes a tomar una decisión binaria basada en valores personales, religiosos y sociales profundamente arraigados, relegando a un segundo plano la política económica o la lealtad partidaria. En segundo lugar, demostró que un candidato podía catapultarse desde una relativa oscuridad hasta la presidencia al convertirse en el campeón de un lado de un poderoso conflicto cultural. Finalmente, creó una especie de "memoria muscular" en el electorado, que aprendió a responder a candidatos que enmarcan la política no como una gestión de recursos, sino como una lucha entre el bien y el mal, los valores del pueblo contra las imposiciones externas o de las élites.

El éxito posterior de Rodrigo Chaves es un heredero directo de esta dinámica. Simplemente ha sustituido el objeto del dilema moral (del matrimonio igualitario a las "élites corruptas"), pero ha empleado exactamente el mismo manual: enmarcar la elección como una cruzada moral en la que él es el único y auténtico defensor del pueblo costarricense.

La incapacidad de la oposición para comprender este legado es la razón principal por la que sus campañas racionales y tecnocráticas resultan ineficaces.

El error estratégico del "Par de oposición"

El núcleo del fracaso estratégico de la oposición costarricense reside en una mala identificación de su adversario fundamental, lo que en estrategia de campaña se conoce como el "par de oposición". Al concentrar sus ataques directamente en la figura de Rodrigo Chaves, no solo no lo debilitan, sino que lo fortalecen, encasillándolo en el rol que él mismo ha elegido: el de campeón del pueblo perseguido por el sistema. Este es un error estratégico clásico, con claros paralelos internacionales que demuestran su naturaleza contraproducente.

El Cálculo erróneo en Costa Rica: echando gasolina al fuego

La oposición ha hecho de la confrontación personal con el presidente Chaves el eje central de su estrategia. Sus acciones son una letanía de ataques directos a su persona y estilo: censuran públicamente su "discurso de odio", exhiben pancartas en la Asamblea Legislativa denunciando su "machismo" y centran el debate mediático en su "chabacanería vulgar".

El resultado de esta táctica es diametralmente opuesto al deseado. Un estudio de opinión de CID Gallup revela que esta conducta, "lejos de generar rechazo lo que produce es la simpatía de la mayoría" de los costarricenses. A una porción significativa de sus simpatizantes, el estilo del presidente "les importa un pepino". Cada ataque personal se convierte en un regalo para Chaves, ya que valida su narrativa central: que los "intocables" y la clase política tradicional conspiran en su contra para mantener sus privilegios. Él los provoca para que entren en una pelea en sus términos, y ellos caen en la trampa sistemáticamente, reforzando su imagen de outsider que lucha contra el sistema.

Análisis comparativo 1: El atolladero colombiano

La estrategia de la oposición al gobierno de Gustavo Petro en Colombia ofrece un espejo casi perfecto de la situación costarricense. Allí, la oposición también ha optado por atacar al hombre, no solo a sus políticas. El lenguaje utilizado es de una virulencia similar, comparándolo con dictadores ("el mismo libreto que llevó a la miseria a Venezuela y a Cuba"), acusándolo de ser un "líder del narcotráfico" y utilizando un discurso radical que busca deslegitimar su mandato.

Este enfoque ha sumido al país en una profunda polarización definida por el eje "petrismo-antipetrismo". Si bien esta confrontación ha permitido a la oposición bloquear algunas reformas en el Congreso, también ha encerrado el debate político en un conflicto perpetuo centrado en la figura de Petro. Esto le permite al presidente colombiano enmarcar cualquier oposición, sin importar su mérito, como un ataque de la vieja guardia contra "el cambio", lo que a su vez energiza a su base y hace imposible cualquier tipo de consenso o negociación. La oposición, al obsesionarse con la figura del presidente, le cede el control total de la narrativa como ocurre en Costa Rica.

Análisis Comparativo 2: La lección mexicana de 2006

El caso de la elección presidencial mexicana de 2006 es el ejemplo canónico de una mala selección del "par de oposición". En esa contienda, el candidato Andrés Manuel López Obrador (AMLO) centró la mayor parte de sus ataques en el presidente saliente, Vicente Fox, tratándolo como la encarnación del sistema contra el que competía. Este fue un error fatal. Fox no estaba en la papeleta. El verdadero adversario electoral era Felipe Calderón. Al atacar a Fox, AMLO permitió que Calderón permaneciera relativamente al margen del conflicto, posicionándose como una alternativa más estable y menos confrontacional. AMLO eligió el par equivocado, luchando contra el enemigo simbólico en lugar del rival electoral, un error que le costó una elección extremadamente reñida.

La oposición costarricense comete un error análogo. Aunque su adversario sí está, simbólicamente, en la papeleta a través de su partido, al convertir la elección en un plebiscito sobre la personalidad de Chaves, están luchando en el terreno que él ha elegido y en el que es más fuerte. El verdadero adversario, como se argumentará a continuación, no es Chaves, sino las condiciones sistémicas que hicieron posible su ascenso.

El Verdadero adversario: enfrentar el desencanto Público

El error estratégico final y más profundo de la oposición es su fijación en un solo político cuando su verdadero enemigo es una condición sistémica: el colapso profundo y generalizado de la confianza pública en todo el sistema político y sus actores. Rodrigo Chaves no es la enfermedad; es el síntoma más visible de ella.

El dato más elocuente de la encuesta del CIEP, y el que debería guiar toda estrategia electoral, es que el bloque más grande de votantes es el 55% de indecisos. Este es el "gran ganador" del momento político actual. No se trata de un grupo que espera ser persuadido por un plan de gobierno mejor documentado; es un grupo que se ha desvinculado activamente de un sistema político que percibe como corrupto, ineficaz y ajeno a sus preocupaciones.

Las raíces de este desencanto son profundas y multifactoriales:

  • Erosión de la confianza: Existe una crisis de confianza sistémica en los partidos y los candidatos. La primera palabra que los ciudadanos asocian con la política es "corrupción". Esto ha provocado un "desgaste partidario sin precedentes" y el fin del bipartidismo tradicional.
  • Falla sistémica: Costa Rica atraviesa una lenta crisis de legitimidad democrática. El apoyo a la democracia como sistema ha disminuido (pasando de un 63% a un 48% según algunas mediciones) y existe una profunda insatisfacción con sus resultados prácticos.
  • Apatía y alienación: Este malestar se manifiesta en un alto abstencionismo histórico, una creciente "desafección" política y una desconexión palpable entre la vida cotidiana de las personas y los intereses colectivos que supuestamente la política debería representar.

En este contexto, la estrategia de la oposición resulta fatalmente contraproducente. El bloque del 55% de indecisos se caracteriza por la desconfianza y la fatiga hacia el sistema político. La táctica principal de la oposición consiste en enzarzarse en un conflicto ruidoso, perpetuo y personalista con el presidente Chaves, en un "dimes y diretes" que solo genera más hastío. Esta "política del odio, del pleito" es precisamente la dinámica que repele al votante desencantado. Para ellos, suena a más de la misma "política de siempre" que ya han decidido rechazar.

Por lo tanto, la estrategia de la oposición no solo fracasa en debilitar a Chaves, sino que activamente refuerza la alienación de los mismos votantes que necesita para ganar. Al elegir luchar contra Chaves en sus términos, se convierten en parte del "ruido" que los indecisos están tratando de ignorar. El verdadero objetivo estratégico no debería ser "derrotar a Chaves", sino "re-encantar al electorado". Esto exige un enfoque completamente diferente, uno que evite la confrontación directa con el presidente y, en su lugar, hable directamente a las ansiedades morales y existenciales de la ciudadanía.

El análisis presentado demuestra de manera concluyente que la oposición costarricense se encuentra en un punto muerto estratégico. Está librando la guerra equivocada (una contienda de personalidades en lugar de una cruzada moral), en el campo de batalla equivocado (la política técnica en lugar de los valores compartidos) y contra el enemigo equivocado (Rodrigo Chaves en lugar del desencanto ciudadano). La persistencia en este camino no solo garantiza el fracaso electoral, sino que profundiza la crisis de representatividad que amenaza la salud de la democracia costarricense.

La única vía viable hacia la victoria en 2026 requiere una reorientación estratégica fundamental. No se trata de ajustar los mensajes o cambiar de candidato, sino de transformar por completo el paradigma desde el cual se concibe la campaña.

Tienen que hacer política moderna. Una que emplee la tecnología, la investigación semiótica y neuro, la escucha social, el activismo digital entre muchas otras herramientas que han transformado por completo la comunicación política

Recomendación 1: redefinir al antagonista o par de oposición.

La campaña debe dejar de ser sobre Rodrigo Chaves. El antagonista no es una persona; es un conjunto de fallas morales que afligen a la sociedad: el cinismo que ha envenenado la política, el abandono de los más vulnerables, la pérdida de la unidad nacional y el miedo al futuro. La oposición debe enmarcar la elección como una lucha por el alma de Costa Rica, no contra un político. Esto implica cambiar el lenguaje, pasando de la denuncia personal a la articulación de un diagnóstico moral compartido sobre el estado del país, y posicionándose como la fuerza capaz de restaurar la confianza y la esperanza.

Recomendación 2: resolver la crisis de identidad (Un imperativo moral para el PLN y el PUSC)

El Partido Liberación Nacional, como principal fuerza de oposición, tiene la responsabilidad histórica de emprender un proceso genuino de reconciliación ideológica. Esto debe ir más allá de la retórica. Requiere un reconocimiento público de las contradicciones de su giro neoliberal y la articulación de una nueva y coherente visión de la socialdemocracia para el siglo XXI. Debe responder a la pregunta fundamental: ¿qué representa moralmente el PLN hoy? ¿Defiende la solidaridad o el mercado? ¿El Estado de bienestar o la austeridad fiscal? Sin una respuesta clara y creíble, cualquier candidato, por competente que sea, será percibido como el administrador de un proyecto sin alma. No se necesita una cara nueva, se necesita un nuevo credo.

Recomendación 3: construir una nueva mayoría moral

El objetivo central de la campaña debe ser construir una coalición con el 55% de los desencantados. Esto exige un nuevo lenguaje y un nuevo enfoque:

  • Abandonar la jerga tecnocrática: La comunicación debe centrarse en el lenguaje de los valores compartidos: justicia, seguridad, oportunidad, integridad, esperanza. Las propuestas técnicas deben presentarse no como fines en sí mismas, sino como las herramientas para alcanzar estos fines morales. Poner a las personas como el centro de todo esfuerzo político y no a las candidaturas y a los partidos.
  • Evitar el circo mediático: La estrategia debe priorizar el compromiso directo a nivel comunitario para reconstruir la confianza desde la base. Menos conferencias de prensa para atacar al presidente y más asambleas ciudadanas para escuchar y proponer.
  • Ofrecer una visión moral positiva: En lugar de limitarse a decir "Chaves es malo", la oposición debe articular una visión convincente de cómo sería una "buena" Costa Rica. Esto no es una lista de políticas, sino una narrativa sobre el tipo de país en el que los costarricenses quieren vivir: una nación donde la política es una herramienta para construir un mundo mejor, no una fuente de conflicto odioso e interminable.

El camino hacia 2026 no pasa por demostrar quién es el mejor gerente, sino quién puede emocionar al electorado para que el ciudadano vuelva a creer en la política.

Artículo Anterior Artículo Siguiente

Sufragio El Podcast