El teatro de las visas
Por: Antonio Aguilar
Lo que presenciamos estos días
raya en el absurdo: en lugar de enfrentar con responsabilidad la revocatoria de
la visa del presidente Gustavo Petro, su gabinete ha decidido convertir la
política exterior en un acto de militancia personal. Ministros y altos
funcionarios, en una especie de rito de lealtad, anuncian que entregan sus
visas a Estados Unidos. El resultado es simple: Colombia se aísla y el Estado
se degrada en un espectáculo indigno.
La política exterior no puede
convertirse en escenario de berrinches ni de gestos de vanidad ideológica. La
cancillería existe para defender intereses nacionales, garantizar canales de
diálogo, promover exportaciones, abrir puertas a emprendedores, artistas,
deportistas y académicos. Pero en vez de eso, se ha reducido a una tribuna
donde prima el orgullo mal entendido sobre la diplomacia. Lo que debía ser
estrategia, hoy es teatro.
Es inaceptable que se pretenda
reducir el tema de las visas a un símbolo de privilegio o “lucha de clases”.
Ese argumento es, además de ignorante, insultante. Miles de colombianos
dependen de ese permiso para estudiar, trabajar, cerrar negocios o representar
al país en el mundo. Despreciar esas realidades con frases como “ya vi al Pato
Donald varias veces” no solo trivializa un asunto serio, también revela un
profundo desprecio por los ciudadanos a los que se debe servir.
El presidente Petro, en vez de
corregir su error, ha arrastrado a su gobierno a una confrontación innecesaria
con el principal aliado estratégico de Colombia en materia comercial, de
seguridad y de cooperación internacional. Estados Unidos no es un destino
turístico: es un socio clave. Pero el oficialismo parece preferir un
nacionalismo impostado que, lejos de fortalecer al país, lo expone a un
aislamiento peligroso.
La pregunta es quién
representará a Colombia en los debates cruciales que se avecinan en el Consejo
de Seguridad de la ONU, en donde se decidirá, por ejemplo, la extensión de la
Misión de Verificación. Con una canciller que renuncia a su visa para complacer
al presidente, y un gabinete que confunde disciplina con servilismo, ¿qué
interlocución puede ofrecer Colombia al mundo?
Este no es un pulso por
dignidad; es un desplante improvisado que despoja al Estado de herramientas
fundamentales para actuar en la arena internacional. El costo no lo pagarán
Petro ni sus ministros. Lo pagará el país, que verá debilitadas sus relaciones,
encogido su margen de acción y reducida su credibilidad.
Colombia no necesita ministros
que renuncien a visas para hacer méritos ante el presidente. Necesita
funcionarios capaces de defender la nación con seriedad, visión y
responsabilidad. Lo que estamos viendo no es diplomacia: es populismo de bajo
nivel. Y es, sobre todo, una peligrosa forma de gobernar con símbolos vacíos
mientras se descuidan los intereses reales del país.