De los muros a los puentes: La comunicación social como pilar del nuevo Poder Judicial

Por: Enrique Ávila Velázquez

El Poder Judicial en México atraviesa un momento inusual y profundo. Por décadas, ha sido visto como el poder más distante, el más técnico, el más hermético. Mientras el Ejecutivo y el Legislativo han estado en escrutinio público constante, el Judicial se ha conducido casi por fuera de la conversación nacional. Esta distancia no solo es física o institucional: es simbólica, narrativa e incluso emocional. Pero hoy, después de la elección judicial en nuestro país y en un contexto donde la legitimidad democrática exige cercanía y resultados, el Poder Judicial tiene una oportunidad histórica: redefinir su forma de comunicarse y, con ello, encontrar su lugar en la vida pública de este país.

Durante mucho tiempo, la comunicación judicial fue entendida como una tarea decorativa. Boletines institucionales, lenguaje jurídico incomprensible, ausencia de rostro humano. La justicia se volvió invisible en las conversaciones sociales. Para muchas personas, acercarse al sistema judicial ni siquiera es una opción, más bien, es un acto de desesperación, no de confianza. Y esa percepción no se corrige solo con un buen trabajo o erradicando la corrupción: se transforma con cercanía y comunicación.

Hoy, más que nunca, es urgente comprender que comunicar justicia es ejercerla. No basta con garantizar derechos con un discurso, la ciudadanía debe que saber que los tiene, entender cómo reclamarlos, y sentir que las instituciones los harán valer. La legitimidad judicial, que durante años descansó casi exclusivamente en el mundo de los abogados, debe complementarse con una legitimidad social construida desde la empatía, la transparencia y la proximidad.

Aquí emerge una idea clave: la necesidad de transitar de un modelo de difusión institucional hacia uno de proximidad social. Difundir es informar desde arriba; acercarse es dialogar desde la horizontalidad. El nuevo Poder Judicial que necesita México no puede seguir operando como un muro de mármol. Debe convertirse en un puente: entre la norma y la vida cotidiana, entre la toga y el barrio, entre la sentencia y el ciudadano común.

Esto implica transformar la comunicación en un componente estratégico del ejercicio judicial. Significa dejar de verla como un apéndice, para asumirla como herramienta de justicia cotidiana. Activar vocerías, lenguaje claro, campañas pedagógicas, presencia en medios de comunicación, redes sociales, historias que humanicen los procesos judiciales, contenidos que traduzcan el lenguaje jurídico a narrativas ciudadanas. La justicia debe estar donde está la gente, no solo en los juzgados.

Además, esta transformación exige construir un relato propio del Poder Judicial: ¿Para qué sirve un tribunal? ¿Qué puede esperar una mujer víctima de violencia, un joven en conflicto legal, una comunidad que reclama su tierra? La justicia no solo se aplica: también se explica, se cuenta, se acerca. Y en ese proceso, la comunicación no es un lujo, es una responsabilidad.

En este rediseño, la proximidad social juega un papel clave. No se trata de caer en populismo judicial, ni de renunciar al rigor técnico. Se trata de entender que la ciudadanía no confía en lo que no conoce, no entiende o no siente suyo. Un Poder Judicial distante, inaccesible y sin rostro, incluso cuando haga bien su trabajo, seguirá siendo percibido como lejano. En cambio, uno que se explica, que se vincula y que se muestra humano, se vuelve parte del tejido que sostiene la convivencia social.

La justicia no puede ser rehén de las coyunturas ni responder solo cuando es atacada. Necesita tener voz propia, narrativa clara, presencia constante. No para competir con otros poderes, sino para ocupar con dignidad el lugar que le corresponde en la vida pública: el de garante de los derechos, mediador de los conflictos y parafraseando a una amiga Magistrada electa: “un motor de la paz”.

México tiene frente a sí la posibilidad de imaginar y construir un Poder Judicial distinto. Uno que no se oculte tras el lenguaje técnico, sino que se muestre como una institución abierta, confiable y cercana. Uno que entienda que en tiempos de desconfianza y polarización, la justicia no solo se dicta: se comunica.

Deseo que esta posibilidad no se desperdicie detrás de la resistencia al cambio de organigramas, ni del abuso de los profesionales de la comunicación por politizar y polarizar la comunicación judicial.

Estamos ante una oportunidad histórica. Que el Poder Judicial deje de estar aislado atrás de muros y comience a tender puentes, dependerá de dos factores clave: la voluntad de quienes hoy tienen la responsabilidad de refundar esta institución, y la visión de quienes ejercemos la comunicación pública con propósito. Si ambos coincidimos en el mismo horizonte, la justicia podrá, por fin, caminar entre la gente y hablar su mismo idioma.



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