Inteligencia Artificial y storytelling político: entre la emoción y el algoritmo

 


Por: Fernando Trejo Lugo

La política, entendida como ejercicio del poder y la representación, siempre ha necesitado relatos. No hay liderazgo sin historia, ni movilización sin emoción. Desde los grandes discursos que marcaron épocas hasta las campañas digitales contemporáneas, el storytelling ha sido una herramienta esencial para traducir propuestas abstractas en narrativas capaces de conectar y movilizar a las personas. En América Latina, donde la emoción y la identidad son determinantes en la cultura política, esta práctica cobra una relevancia particular. Hoy, ese escenario se ve transformado por la irrupción de la inteligencia artificial (IA), que modifica no solo los canales de comunicación, sino también la forma en que los relatos políticos se diseñan, adaptan y difunden.

La inteligencia artificial generativa —especialmente aquella basada en modelos de lenguaje como GPT— no solo permite automatizar procesos narrativos: posibilita construir versiones personalizadas de una historia política según el perfil del votante, su estado emocional o incluso el clima de opinión predominante en una comunidad digital. La IA aprende patrones, sugiere estructuras, ajusta tonos y puede replicar estilos discursivos con una precisión casi humana. Esto plantea una pregunta central: ¿qué sucede cuando el relato político, tradicionalmente concebido como una construcción ética y estratégica, se convierte en producto algorítmico?

No basta con informar. En un entorno saturado de estímulos, datos y contenidos, los ciudadanos ya no responden únicamente a argumentos racionales. Reaccionan, más bien, ante estímulos que apelan a sus emociones, valores y temores. El storytelling político contemporáneo se aleja del dato frío y se acerca al relato emocional. En este nuevo paradigma, el éxito de un mensaje político depende de su capacidad para resonar, para generar empatía, indignación o esperanza. Sin embargo, no debe dejarse de lado la importancia de las acciones concretas en beneficio de la ciudadanía. La IA, en este sentido, no solo asiste: actúa como catalizador de una narrativa emocional ajustada casi quirúrgicamente a cada audiencia.

La metodología para incorporar inteligencia artificial en la construcción de relatos políticos comienza con un proceso conocido como prompt engineering. A partir de una instrucción inicial —que debe incluir el perfil del personaje político, el conflicto central, los valores que se buscan transmitir y el tipo de público objetivo—, la IA genera múltiples versiones narrativas. Estas pueden ir desde discursos e imágenes hasta guiones o videos. Posteriormente, el consultor ajusta el contenido seleccionado, refuerza ciertos recursos emocionales y valida que el relato cumpla con el objetivo político. Esta capacidad de escalar narrativas, adaptarlas en tiempo real y testear su impacto está redefiniendo la manera de construir campañas en la región.

Algunos casos recientes ilustran esta tendencia. En las elecciones presidenciales de Argentina en 2023, tanto los equipos de Javier Milei como los de Sergio Massa utilizaron imágenes generadas con IA para difundir contenido propagandístico de alto impacto. Los equipos caricaturizaron a ambos candidatos en situaciones hiperbólicas —Milei como un león justiciero, Massa como un superhéroe— con millones de visualizaciones que, aunque satíricas, incidieron en el clima emocional de la campaña. En Estados Unidos, durante la contienda entre Trump y Biden, circularon desde debates ficticios generados por IA hasta deepfakes que colocaban a los candidatos en situaciones incómodas, complejas e incluso cómicas. En México, durante el proceso electoral de 2024, se difundieron audios falsos atribuidos a la entonces candidata Claudia Sheinbaum, lo cual generó dudas sobre su autenticidad y afectó la conversación pública.

Más allá del uso manipulativo, la IA también puede ser utilizada para construir relatos propositivos. Mediante el uso de avatares que transmiten información a través de historias en redes sociales, chatbots que comunican mensajes de campaña o la generación de contenido innovador como música, videos e imágenes, se abre un abanico de posibilidades para ilustrar narrativas transmedia. Estos ejercicios muestran que la inteligencia artificial no tiene por qué estar reñida con la ética ni con la creatividad, siempre que exista un marco profesional y moral que guíe su aplicación.

No obstante, este nuevo escenario plantea desafíos profundos. La frontera entre realidad y ficción se difumina peligrosamente cuando los contenidos generados no transparentan su origen. La posibilidad de construir relatos falsos —pero emocionalmente eficaces— representa una amenaza para la democracia. No solo por el riesgo de desinformación, sino porque erosiona la confianza pública, uno de los pilares de la vida democrática.

Frente a estos riesgos, la comunidad política y académica debe avanzar en la formulación de principios éticos claros para el uso de IA en la comunicación política. Se vuelve imprescindible establecer mecanismos de transparencia narrativa, revisión y validación humana en cada proceso, uso responsable de datos y entrenamiento ético de los modelos generativos. La inteligencia artificial no puede sustituir al estratega ni al consultor político, pero sí puede potenciar la capacidad de comunicar con mayor eficacia, siempre que esté al servicio de valores democráticos y no del cinismo tecnocrático.

El storytelling político no desaparecerá: se está transformando. La inteligencia artificial no lo elimina, lo reconfigura. Hoy, los consultores políticos tenemos frente a nosotros una herramienta poderosa, pero también un dilema moral. La pregunta no es solo qué puede hacer la IA por nuestras campañas, sino qué tipo de política estamos ayudando a construir a través de sus relatos.

No solo contemos historias. Hagamos historia.

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