Cuando la reacción agranda la crisis: el caso de la Generación Z


Cuando la reacción agranda la crisis: el caso de la Generación Z

Por: Helios Ruíz

Hay momentos en política donde lo que se hace, o se deja de hacer, marca un antes y un después. La reciente marcha encabezada por la llamada Generación Z es uno de ellos. No por su tamaño, ni siquiera por sus consignas, sino por lo que desató en términos de reacción política, manejo de crisis y comunicación pública.

Porque a veces, el mayor error no está en lo que ocurre en la calle, sino en cómo se responde desde el poder. Y eso fue exactamente lo que vimos: una serie de decisiones mal calculadas, mensajes erráticos y una narrativa defensiva que, en lugar de contener la protesta, la amplificó.

Todo comenzó con lo que parecía una convocatoria más, promovida por jóvenes con un reclamo simple pero poderoso: queremos vivir sin miedo, queremos estudiar, queremos un país donde tengamos futuro. Nada más legítimo. Pero la respuesta institucional fue torpe: vallas metálicas, blindaje del Zócalo, descalificaciones públicas, acusaciones de manipulación extranjera. Así se convirtió un reclamo social en una noticia internacional.

El gobierno de la Ciudad de México y el gobierno federal no solo fallaron en su comunicación, fallaron en la lectura del contexto. Trataron una movilización ciudadana como si fuera una amenaza política, y respondieron con una sobrerreacción que tuvo un efecto contrario: dieron visibilidad a lo que pudo haber pasado inadvertido.

Uno de los primeros errores fue crear la imagen de confrontación antes de que existiera. Al instalar vallas y desplegar un operativo desproporcionado, se mandó un mensaje: “algo grave va a pasar”. Y en comunicación de crisis, el simbolismo es tan poderoso como la acción. No hace falta declarar estado de emergencia para que la ciudadanía sienta que hay algo que temer: basta con los gestos del poder.

El segundo error fue la deslegitimación inmediata del movimiento. En lugar de escuchar a los jóvenes y atender sus reclamos, se les señaló de ser parte de una campaña pagada, orquestada desde el extranjero, con fines electorales. Incluso se difundieron cifras de supuestos financiamientos millonarios para desacreditar la movilización. Eso, lejos de apagar el fuego, lo avivó. Porque muchos jóvenes que quizás no pensaban marchar, sintieron que esa acusación los incluía y decidieron sumarse.

También hubo un error grave en la narrativa oficial: no se ofreció una historia alternativa convincente. El gobierno no explicó con claridad qué pensaba hacer ante el malestar. Se limitó a señalar culpables, a denunciar conspiraciones y a decir que “todo está bien”, mientras las imágenes de la represión circulaban por medios nacionales e internacionales.

Ahora bien, no todo fue error. Hubo un intento tardío, pero importante, de corregir el rumbo. El anuncio de una investigación sobre el actuar de los cuerpos policiales fue un gesto necesario. Tarde, sí, pero necesario. También se activaron espacios de diálogo con algunos sectores juveniles. Y aunque no son soluciones estructurales, al menos muestran que hay una vía distinta al silencio o la confrontación.

Lo ocurrido con la marcha de la Generación Z deja varias lecciones para la comunicación política en cualquier país de la región:

  1. No subestimes el poder de las emociones. Las nuevas generaciones pueden parecer apáticas, pero cuando se movilizan lo hacen con causas profundas: seguridad, justicia, futuro. No escucharlos es un error. Burlarse o despreciarlos, es imperdonable.
  2. El control del relato es tan importante como el control del evento. Si desde el poder no se genera una narrativa que escuche, empatice y proponga, entonces alguien más contará la historia. Y cuando eso pasa, es difícil revertirla.
  3. La forma importa. En tiempos donde todo se graba, se publica y se comparte, cada acción del Estado es observada. Cada valla, cada policía, cada palabra, construye una imagen. Y una imagen autoritaria puede ser más dañina que cualquier reclamo.
  4. Una crisis es una oportunidad si se actúa con inteligencia. En lugar de ver la protesta como una amenaza, pudo haberse aprovechado para abrir un gran diálogo nacional con los jóvenes. Se perdió la oportunidad, pero aún se puede recuperar algo del terreno si se reconocen los errores.
  5. La polarización no es buena consejera. Quienes gobiernan deben saber que no todo lo que incomoda viene de la oposición. Hay demandas que nacen de la calle, no del cálculo electoral. Confundir crítica con traición es caminar hacia el aislamiento político.

La marcha fue importante, sí. Pero lo que ocurrió después lo fue aún más. Se hizo más grande de lo que era, no por quienes marcharon, sino por quienes no supieron cómo manejarla. Y ese es el gran problema: que en lugar de acercarse a una generación que está pidiendo algo tan básico como ser tomada en cuenta, se optó por el camino de la desconfianza.

Ojalá que esta experiencia no se repita. No porque no haya más marchas, sino porque la próxima vez el poder esté a la altura del momento. Escuchar no es claudicar. Responder con respeto no es debilidad. Corregir no es perder. Gobernar es también saber comunicarse. Y en tiempos de descontento, esa puede ser la diferencia entre apagar un conflicto o encender uno más grande.

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