Humanizar la política: construir la América Latina que soñamos


Por: Elliot Coen

En Son las personas ¡estúpido! defiendo una idea simple pero poderosa: toda estrategia de comunicación política que ignore las emociones está condenada al fracaso. No importa cuántos millones se inviertan en campañas, cuán creativos sean los slogans o cuán sofisticadas sean las herramientas digitales. Si no hay conexión emocional real con la ciudadanía, no hay proyecto político que se sostenga.

A lo largo del libro, exploro cómo las personas ya no deciden a partir de argumentos fríos o estadísticas brillantes. Hoy deciden a partir de lo que sienten. Por eso, los contenidos que apelan al odio, a la polarización, a la deshumanización del otro, no solo destruyen el tejido social, también erosionan la confianza en lo público. Hacen que la gente se aleje de la política, no porque no le importe, sino porque la siente como algo que no le pertenece. La política que están viendo no les gusta.

Los violadores de la democracia lo han entendido bien generando una narrativa emocional sustentada en las 3 Ps más perversas para el mundo: populismo, polarización, posverdad. Nuestras democracias están en peligro, no solo en peligro de que se no convierten en sociedades prósperas sino, en peligro de desaparecer.

Estos liderazgos populista son una nueva casta política de hombres y mujeres hambrientos de poder, nada convencionales que vieron la caída del poder tradicional y comprendieron que con una narrativa disruptiva, confrontativa y sustentada emocionalmente en el odio, el resentimiento y el hartazgo podrían obtener el poder y mantenerse en él.

“Hoy las decisiones más importantes se toman con el corazón. No importa si vendes un producto, pedís un voto o defendéis una causa: todo parte de un principio básico, poderoso e ineludible… emocionar” (Cap. 1).

Eso, lo entendieron estos “nuevos políticos” cuyo éxito radica en mantener vivos esas emociones negativas que estimularon para ganar los votos de nuestros pueblos a quienes, nos gusto o no, no les hemos podido aliviar sus dolores.

Los ciudadanos lo que no quieren es la política del cinismo, de la mentira, del ataque permanente que usan los populistas y que, los políticos tradicionales han caído en ello también. Están hartos de los discursos vacíos. Lo que buscan es propósito, autenticidad y propuestas que hablen de un futuro posible.

Alvin Toffler advertía ya hace décadas que “los analfabetos del siglo XXI no serán los que no sepan leer ni escribir, sino los que no sepan aprender, desaprender y reaprender.” En política, esto significa dejar atrás prácticas caducas y aprender a conectar de otra forma. Significa romper con la verticalidad de los viejos liderazgos para construir relaciones más horizontales, auténticas y humanas.

Yuval Noah Harari, por su parte, nos recuerda que los grandes cambios de la humanidad se han producido cuando grupos de personas comparten una narrativa, una visión del mundo común. “Estamos programados para colaborar con miles de personas solo cuando compartimos ficciones colectivas.” (21 Lecciones para el siglo XXI). Esas ficciones, esas grandes causas compartidas, son hoy más necesarias que nunca para América Latina.

Necesitamos, con urgencia, una narrativa regional que no se construya desde el miedo, sino desde la esperanza, desde el amor. Que no se enfoque en lo que nos divide, sino en lo que nos puede unir. Una narrativa que imagine —y comunique— la América Latina que queremos dentro de treinta o cincuenta años: más justa, más inclusiva, más próspera y más humana.

Y para lograr eso, hay que empezar desde lo básico: humanizar los contenidos, contar historias reales, hablar con la gente y no sobre la gente. Escuchar más, imponer menos. Involucrar más, adoctrinar menos. Emocionar más, agredir menos.

La buena política comienza por mirar a las personas a los ojos, reconocer su dolor, celebrar sus logros y ayudarlas a soñar en colectivo. Las grandes transformaciones no vienen de discursos rimbombantes ni de campañas millonarias. Vienen de la capacidad de conectar con el corazón de la ciudadanía y de hacerles sentir que no están solas.

No escribí Son las personas ¡estúpido! para adornar bibliotecas ni alimentar egos. Lo escribí para provocar, para sacudir, para recordarnos que si no volvemos a poner a las personas en el centro de la política, lo habremos perdido todo.

América Latina tiene todo para florecer, pero necesita líderes que se atrevan a comunicar desde la verdad, el respeto y la emoción. Líderes que entiendan que cada voto es una historia. Que cada ciudadano tiene una esperanza. Que cada causa necesita una comunidad.

Si queremos un nuevo siglo latinoamericano, más justo y más humano, no podemos seguir comunicando como si estuviéramos en el pasado. Necesitamos una nueva manera de hacer política. Una que no excluya, sino que convoque. Una que no divida, sino que multiplique. Una que no grite, sino que escuche.

Porque al final, los políticos no cambian el mundo. Las personas sí.

Y si logramos poner a las personas en el centro de nuestras estrategias, de nuestras narrativas, de nuestras decisiones, entonces sí… vamos a cambiarlo todo.




Artículo Anterior Artículo Siguiente

Sufragio El Podcast