Emociones que votan: estrategias sensoriales y conductuales para ganar elecciones.
Por: Paola Molina
¿A qué huele una victoria electoral? ¿Cómo suena la confianza ciudadana? ¿Cuál es el sabor de un liderazgo auténtico? Estas preguntas pueden parecer poéticas, pero tienen implicaciones estratégicas reales. Hoy, más que nunca, la política necesita dejar de hablarle sólo a la razón y empezar a conectar con los sentidos.
El voto se huele: Lo que el marketing sensorial le enseña a la política.
El marketing sensorial, usado durante décadas por marcas comerciales para crear experiencias memorables, tiene lecciones poderosas para la política. ¿Por qué recordamos más un discurso cuando nos eriza la piel o cuando está acompañado de un jingle o himno que nos hace vibrar? Porque los sentidos no mienten: activan recuerdos, emociones y decisiones. Y en la política, la emoción decide antes que la lógica.
Las campañas ganadoras hoy día no sólo informan: activan. Un aroma en un mitin, un jingle pegajoso en redes, una textura en el flyer de campaña, todo comunica. El olfato es el sentido más primitivo y está ligado directamente a la memoria emocional. No es casualidad que las marcas más lujosas tengan un aroma propio. ¿Por qué no hacerlo con campañas políticas? ¿Por qué seguir subestimando el poder de lo sensorial?
Recientemente, participé en un proyecto comercial que introdujo pequeñas cápsulas aromáticas en su material impreso. ¿Resultado? Se logró que el mensaje fuera más recordado, y la razón es simple, lo sensorial ancla el mensaje en el cuerpo.
Y esto va más allá del perfume de un folleto. Va de entender que un café con vecinos no sólo es un acto logístico, es una oportunidad para que el sabor y el gesto se asocien con cercanía.
Porque el voto no es una transacción racional, es un acto simbólico, íntimo, emocional. Y por eso, los sentidos importan.
La política necesita volver a tocar, a vibrar, a resonar. A ser una experiencia, no sólo un mensaje. Porque al final, como decía Maya Angelou: “La gente olvidará lo que dijiste, olvidará lo que hiciste, pero nunca olvidará cómo la hiciste sentir”.
Y eso, en marketing político, es estrategia pura.
Del Algoritmo al corazón: Claves del Marketing Conductual para ganar mentes y votos.
Los votantes no votan por quien creen mejor, sino por quien les hace sentir mejor, y esto es lo que el marketing conductual lleva años demostrando en el mundo comercial. Y la política, aunque lenta, ya lo empieza a entender.
Cada campaña es una lección de que las decisiones políticas no son racionales, son emocionales, contextuales y muchas veces, predecibles, eso sí, si sabes observar. El marketing conductual parte de una premisa clara: el comportamiento humano puede entenderse, influenciarse y diseñarse, no para manipular, sino para conectar mejor.
Uno de los principios más poderosos: la aversión a la pérdida. Las personas actúan más rápido para no perder algo que para ganar algo nuevo. ¿Qué significa esto en campaña? Que muchas veces moviliza más decir “vamos a perder nuestros derechos” que “vamos a ganar más oportunidades”.
Otro sesgo clave: el efecto halo. Si un candidato es percibido como generoso por un gesto mínimo, esa emoción positiva se expande a todo su perfil. Por eso, cada momento importa: una sonrisa, una respuesta empática en redes, un gesto con un adulto mayor, todo construye percepción.
En campañas exitosas que he trabajado el enfoque no está sólo en los grandes spots, sino en las microinteracciones: desde el saludo en WhatsApp hasta el tono del community manager, porque la coherencia conductual es más poderosa que cualquier slogan.
El marketing conductual también nos enseña que las decisiones se simplifican: cuando hay demasiada información, el cerebro elige lo más familiar, lo más fácil, lo que le suena “bien”. Por eso, un buen diseño, frases cortas, propuestas claras y repetitivas no son simples: son estratégicas.
¿Y qué pasa cuando combinamos marketing conductual con la estrategia digital? El resultado es potente, porque podemos personalizar mensajes por segmento, analizar reacciones en tiempo real y medir el impacto emocional. Del algoritmo al corazón.
Porque al final, no ganan los más inteligentes, ganan los que entienden mejor el comportamiento humano. Y eso no se estudia sólo en las encuestas, se observa en la vida diaria.
Hoy, la consultoría política está llamada a integrar la ciencia del comportamiento, datos, emoción, estética y calle, se debe entender que las campañas no sólo se planean, se diseñan como una experiencia para que la gente quiera vivirlas. Esa es la nueva política: la que escucha, observa y luego actúa con precisión.