Cuando pelear vende más que dialogar


 Por: Helios Ruíz

“Las redes sociales recompensan el conflicto. El algoritmo premia la furia. Los medios reproducen el escándalo. Y el público, dividido en tribus ideológicas, aplaude al suyo por más que insulte, grite o incluso empuje.”

Por más escandalosa que parezca, la escena no es inédita: gritos, insultos y empujones en el Congreso de la Unión. Pero lo ocurrido entre Fernández Noroña y Alejandro Moreno va más allá de una simple confrontación parlamentaria. Es un espejo incómodo de la política mexicana actual, donde el pleito vende, la moderación se castiga y la conversación pública se alimenta de trincheras.

La última sesión de Noroña como Presidente del Congreso dejó una postal preocupante: acusaciones directas, amenazas físicas, lenguaje violento y, sobre todo, la ausencia total de autocrítica o voluntad de diálogo. En vez de cerrar su paso por el Congreso con una reflexión o una propuesta, eligió elevar el tono al máximo. Llamó "macho calado" a un senador opositor y terminó retando a golpes a otro. Un espectáculo bochornoso… pero efectivo.

Y es que, más allá de la forma, el fondo del conflicto revela un fenómeno que ya no se puede ignorar: la polarización como estrategia política deliberada. Noroña llegó a esa sesión envuelto en críticas por sus ingresos y la compra de una propiedad costosa. ¿La solución? Generar un escándalo aún más grande que desviara la atención. Funcionó. La conversación en redes se desvió del tema de su casa y giró hacia el pleito. Para su base más radical, fue visto como un héroe que no se deja.

Lo mismo, del otro lado. Alejandro “Alito” Moreno, tan cuestionado hasta hace unos días incluso por simpatizantes de la oposición, salió de esa pelea fortalecido. En su narrativa, él fue el líder que enfrentó con firmeza a la 4T. De pronto, en redes sociales aparecieron hashtags como #TeamAlito impulsados por algunos de los mismos que lo habían llamado impresentable semanas antes. Así de volátil es hoy la política digital.

Aquí nadie perdió. Ni Noroña ni Moreno. Ambos ganaron con los suyos. Ninguno pidió disculpas porque, simplemente, no tienen incentivos para hacerlo. Las redes sociales recompensan el conflicto. El algoritmo premia la furia. Los medios reproducen el escándalo. Y el público, dividido en tribus ideológicas, aplaude al suyo por más que insulte, grite o incluso empuje.

Este fenómeno no es exclusivo de México. En Estados Unidos, Europa y buena parte de América Latina, el centro político está en retirada. Gobernantes, legisladores, opinadores e incluso presidentes se alejan de la moderación porque entienden que, hoy, esa posición no genera engagement. El pleito, sí.

Lo preocupante es que a esta lógica también se está sumando la presidenta. Claudia Sheinbaum, quien hasta hace poco era cuidadosa con sus declaraciones, entró de lleno al conflicto. Llamó delincuentes a los líderes de la oposición sin un juicio de por medio. Y, aunque esto pueda reforzar su vínculo con sus seguidores más leales, también profundiza la brecha con quienes esperan diálogo y respeto institucional.

La caricatura publicada en La Jornada por El Fisgón ilustra perfectamente el momento: Alejandro Moreno aparece con un palo, liderando a una pandilla de diputados y, detrás de ellos, “los más rudos”, los medios de comunicación. El mensaje es claro: los medios también son enemigos. Así se va cerrando el círculo. No solo se golpea al adversario político; también se descalifica a quien informa o cuestiona.

Lo peligroso es que, en esta dinámica, todos, gobierno, oposición, medios y ciudadanía, nos vamos quedando sin espacio para matices. La conversación pública se convierte en una guerra de memes, zapes y gritos, donde lo importante ya no es tener razón, sino destruir al otro. Donde la violencia simbólica se normaliza. Donde ya no importa si una acusación es cierta o falsa, sino cuántos likes genera.

Los comunicadores también están siendo arrastrados por esta lógica. Cuando un periodista corta una entrevista por dignidad o señala una incongruencia, es tildado de “vendido” o “golpista”. Nadie quiere oír preguntas incómodas. La audiencia busca solo lo que confirma su visión del mundo. La consecuencia es una democracia emocionalmente fracturada, donde los puentes se queman y las trincheras se profundizan.

¿Hay salida? Solo si como ciudadanía empezamos a exigir otra forma de hacer política. Si en lugar de premiar el escándalo, valoramos el argumento. Si en lugar de gritar más fuerte, aprendemos a escuchar. Pero para eso, necesitamos medios más responsables, partidos más comprometidos y políticos que piensen más allá del trending topic del día.

Mientras tanto, todo indica que el pleito seguirá siendo rentable. Porque en este momento de la historia mexicana, gritar vende más que dialogar, y polarizar rinde más que moderar.

Y si seguimos así, el costo lo pagaremos todos.


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