Por: Ángela Ramírez
El 3 de julio de 1955, tras años de movilización política y presión social impulsada por figuras como Hermila Galindo, Elvia Carrillo Puerto, Amalia Castillo Ledón y otras activistas que, desde inicios del siglo XX, lucharon por los derechos políticos de las mujeres, se logró alcanzar formalmente la ciudadanía política plena. Por primera vez, las mujeres participamos en una elección federal como votantes, cambiando así la historia de la democracia en nuestro país.
Esta fecha marcó un antes y un después, ya que abrió un nuevo capítulo en la historia de México. Nuestra participación en las elecciones de 1955 fue consecuencia de una reforma constitucional promulgada el 17 de octubre de 1953, cuando el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines publicó en el Diario Oficial de la Federación el decreto que otorgaba a las mujeres mexicanas el derecho al voto y a ser electas en procesos federales. La modificación al artículo 34 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoció como ciudadanas a las mujeres, en igualdad de condiciones que los hombres.
Han pasado ya 70 años desde aquella fecha y, hoy en día, a diferencia de 1955, cada vez es mayor el número de mujeres que deciden por quién van a votar y que ejercen su derecho de manera libre e informada. Esto se refleja en la alta participación electoral de las mujeres: solo en 2024, cuando por primera vez en la historia una mujer asumió la Presidencia de la República, la participación femenina
fue de 64.3 %, mientras que la de los hombres sumó 54.8 %.
Una vez que se logra el espacio, como una candidatura, por ejemplo, es necesario dar a conocer a la persona candidata. Por ello, como parte de la Estrategia General de Campaña, resulta fundamental una estrategia de mercadotecnia que logre conectar con la audiencia. En este sentido, es imprescindible generar propaganda electoral, entendida como el conjunto de escritos, publicaciones, imágenes,
grabaciones, proyecciones y expresiones que, durante la campaña, se difunden con el propósito de presentar ante la ciudadanía las distintas candidaturas. Esta propaganda tiene como objetivo dar a conocer propuestas, ideas y planes de gobierno, así como convencer, movilizar y generar redes de apoyo.
Mientras tanto, la propaganda política busca crear, transformar o confirmar opiniones a favor de determinadas ideas y creencias, además de estimular conductas políticas específicas. De esta forma, surgen los promocionales políticos: todos aquellos materiales y actividades que una persona candidata o partido utiliza para dar a conocer sus propuestas y obtener el apoyo del electorado durante un
proceso electoral. Estos materiales pueden ir desde anuncios en medios de comunicación hasta volantes, carteles y eventos públicos, todos diseñados para influir en la opinión pública y persuadir a los votantes.
Algunos ejemplos de materiales impresos son volantes, carteles, folletos, calcomanías y otros recursos que se distribuyen para difundir la imagen, propuestas y logros de la candidatura.
A lo largo de la historia, políticos como Miguel de la Madrid buscaron el voto femenino regalando en su campaña presidencial sobrecitos de semillas con la leyenda: “Que las flores de estas semillas sean mi homenaje a las mujeres mexicanas”. El expresidente Carlos Salinas de Gortari obsequió tortilleros, abanicos y pares de calcetas blancas para niñas, todos con su nombre bordado. Cuauhtémoc Cárdenas hizo lo propio con aretes de gota que contenían en su interior el logo del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
En fechas más recientes, el panista Felipe Calderón distribuyó labiales rojos con el logotipo del Partido Acción Nacional (PAN); Josefina Vázquez Mota regaló espejos de mano y tuppers; Enrique Peña Nieto entregó comales con su nombre. Incluso, en las últimas elecciones presidenciales, se popularizaron los peluches y muñequitas de crochet de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez.
Sin embargo, este tipo de propaganda ha sido ampliamente cuestionada, pues tradicionalmente se cree que, si un político da regalos, las personas votarán por él, aunque en realidad no siempre es así. Además, muchos de estos objetos de propaganda —como saleros, comales, bolsas o mandiles— reforzaban estereotipos de género: ideas, cualidades y expectativas que la sociedad atribuye a mujeres y hombres, reafirmando modelos rígidos de feminidad y masculinidad.
Con frecuencia, estos estereotipos se utilizan para justificar la discriminación de género y pueden perpetuarse mediante teorías tradicionales o modernas, e incluso a través de leyes o prácticas institucionales.
La autoestima, la ambición y las expectativas de las niñas son las primeras víctimas de estos estereotipos. Por tanto, erradicar los clichés y los comportamientos asociados debería ser una prioridad para cualquier sociedad, y esta labor comienza en casa. El germen de los estereotipos está en la educación, y también ahí reside su solución. Para ello, tal como establece la UNESCO en su Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo, resulta indispensable el apoyo de los gobiernos, por
ejemplo, revisando periódicamente los planes de estudio, los libros de texto y los programas de formación docente, con el fin de garantizar que no se perpetúen los estereotipos de género.
Pero, ¿qué pasa con las propuestas para eliminar la violencia contra mujeres y niñas, aumentar la matrícula femenina en la educación superior, prevenir y atender el embarazo adolescente, reducir la brecha salarial, impulsar planes para luchar contra el cáncer de mama o cervicouterino, eliminar la discriminación y otorgar créditos a mujeres empresarias para que logren su independencia económica? De eso, lamentablemente, casi no se habla. Y pareciera que no nos importa.