Por. @OrlandoGoncal
La semana pasada Colombia revivió hechos de violencia política, cuando un joven, presuntamente menor de edad, con una arma potente y costosa, con frialdad y destreza, disparó a pocos metros de distancia al precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, logrando impactar en su humanidad 3 veces.
Surge la pregunta: ¿Cómo se llegó a esto?
Las causas sin dudas son múltiples, sin embargo, me enfocare en las eventualidades más frecuente en el quehacer político en buena parte del planeta. Siendo estos, la hiperpolarización; los radicalismos; los extremismos; la estigmatización; el odio y la violencia, en las narrativas que construyen buena parte de los actuales liderazgos políticos.
En el caso específico de Colombia, el presidente Gustavo Petro, comenzó su gobierno en agosto del año 2022 creando un gabinete donde integró a distintos partidos políticos, con lo cual mostraba señales de que buscaba hacer un gobierno de amplia base y, que, a su vez, le garantizara los votos requeridos en el Congreso para la aprobación de las distintas reformas ofertadas en su campaña.
Esas alianzas en corto tiempo comenzaron a diluirse, y las reformas que promovía el gobierno comenzaron a encontrar dificultades, porque la oposición no estaba de acuerdo con ellas, por su concepción.
Aquí comenzó entonces la escalada de los discursos y narrativas cada vez más agresivos entre gobierno y oposición; lo que, a su vez, fue generando mayores fricciones políticas, y, lentamente esta crispación comenzó a contagiar a la sociedad.
La hiperpolarización es como si la polarización habitual diera un paso (o varios), más allá, creando una brecha, entre dos o más grupos opuestos, a menudo basados en ideologías, creencias o valores entre las posiciones encontradas. A su vez, los actores van creando narrativas radicales, tratando de imponer su convicción o estilo al sistema, a expensas de la visión del otro. Pero, al no lograrlo, comienzan a escalar en esta espiral, cayendo en los extremismos, y con ello van impulsando agendas políticas o concepciones de vida que pretenden imponer, a costa de los intereses de otros grupos socio-políticos.
El extremismo implica no solo la exaltación de la noción de supremacía de un grupo sobre otro, al cual pretenden subordinar; sino, también el extremismo en que termina centrándose la narrativa, cada vez con mayor ingrediente de violencia. En el caso colombiano, como en muchas partes del mundo, este espiral ascendente de agresividad y estigmatización se va incluyendo en los discursos y mensajes de tal manera que la narrativa logra impregnar el tejido social con asignación de características negativas o degradantes a individuos o grupos, principalmente basándose en prejuicios, estereotipos o cualquier diferencia que haga ver al otro o a los otros como diferentes, y con esos señalamientos negativos intentar discriminarlos.
De la estigmatización lamentablemente se pasa al odio, que no es más que un sentimiento de rechazo profundo y generalmente duradero que viene acompañado de ira, resentimiento y deseos de venganza.
Al llegar a este punto, es muy fácil que la violencia surja, y es así como la sangre llega al rio, y en el caso que nos ocupa, pues es posible que toda esta escalada de la narrativa política tanto del gobierno del presidente Petro, como de una parte de la oposición, hayan creado las condiciones para que hoy un senador de la República de Colombia, Miguel Uribe Turbay, fuera víctima de un atentado que lo tiene en la lucha por su vida.
Las causas de este atentado pueden ser múltiples y les toca a las autoridades correspondientes determinar los hechos y luego a la justicia actuar en consecuencia, pero en nada ayuda al esclarecimiento del caso que, desde el minuto uno del lamentable hecho, hayan surgido acusaciones de lado y lado.
Todo ello exacerba más los ánimos de la población la cual sin dudas esta dividida entre la tristeza, sentimiento que genera empatía, unidad y solidaridad, y por otra parte la rabia, sentimiento negativo que, además de dividir a la sociedad, puede terminar generando, más violencia.
Nadie tendría porque tener temor de expresar sus ideas, mucho menos tendría sospechar que podría ser víctima como lo fue Miguel Uribe.
Por lo pronto, deseamos que Miguel gane esta batalla, que tenga una pronta y completa recuperación, y que la clase dirigencial de este país, le baje a la agresividad de sus discursos, el tono guerrerista de sus narrativas, por el bien del país, de la democracia, de los ciudadanos y que la sangre no vuelva a llegar al rio.