Kamala Harris trae ilusión y nuevos aires a la política estadounidense

 

La actual vicepresidenta enfrenta su mayor desafío: lograr recomponer la confianza en las instituciones en una democracia debilitada. Más que el eje izquierda y derecha, en las elecciones estadounidenses se enfrenta la política clásica con algo de progresismo frente al ultraconservadurismo con algo de outsiderismo.

Fernando Francia

Kamala Harris, actual vicepresidenta de los Estados Unidos y candidata demócrata, es una de las figuras más observadas de la actualidad. Desde su origen como hija de inmigrantes hasta su ascenso en la política estadounidense, Harris ha construido una imagen compleja que genera tanto entusiasmo como una nueva visión de la política estadounidense, con un cambio generacional. 

En el más reciente debate, impuso su estrategia frente a un Donald Trump que tuvo que ir a la defensiva. Hasta ahora se ha presentado como una líder que equilibra firmeza y empatía. Desde sus primeras campañas, ha utilizado su historia personal como hija de inmigrantes y de clase media para conectar con votantes que buscan representatividad y diversidad en el liderazgo. Esta narrativa personal ha sido efectiva para construir una imagen de autenticidad y conexión emocional con el electorado multicultural de Estados Unidos.

Harris se ha mostrado con fortaleza, especialmente cuando aprovecha su experiencia como fiscal para adoptar un estilo interrogativo y directo. Esto se ha visto en audiencias del Senado, donde ha mostrado una habilidad notable para poner en aprietos a testigos y funcionarios, creando titulares que refuerzan su imagen de líder fuerte. 

No obstante, este enfoque también puede ser percibido como agresivo o calculador, lo que puede alienar a votantes más moderados o que prefieren un tono de conciliación. 

La realidad política de Occidente muestra que las sociedades están más deseosas de experimentar con personajes antisistema que prometen soluciones, que con el establishment que busca enderezar el rumbo con políticas progresistas.

Kamala Harris se encuentra en una posición clave en un momento de gran transformación política en Estados Unidos y el mundo occidental. Como vicepresidenta, Harris representa una mezcla de continuidad y cambio dentro del propio Partido Demócrata y del gobierno actual. 

Donald Trump, por su parte, representa a todo el mundo conservador, dentro y fuera del Partido Republicano, y también al desesperado grito antipolítica que encarna vistiéndose de outsider, aunque no lo sea en sentido estricto. 

La estrategia del republicano, que se mantiene sin reconocer su derrota de 2020, parece centrarse en vincularla al actual mandatario Joe Biden, aprovechando cierto descontento de la población sobre el rumbo económico del país. 

En un escenario mundial en el que el desencanto con el establishment está en un punto alto, Harris debe encontrar un equilibrio entre presentar políticas progresistas y reconectar con una base de votantes que desconfía profundamente de la política tradicional. 

El llamado outsiderismo toma fuerza en muchos países y Trump es el abanderado principal desde que se presentó a la precandidatura republicana antes de ganar su primera elección.

La desconfianza institucional

La candidata Harris ha intentado diferenciarse utilizando una narrativa que combina una propuesta de progresismo con una defensa del sistema democrático y las instituciones. Al destacar su experiencia como fiscal general de California y senadora, ha subrayado su compromiso con la reforma y el cambio desde dentro del sistema. 

Sin embargo, en un momento donde gran parte del electorado se siente atraído por promesas de cambios drásticos o mensajes que desafían directamente al sistema establecido, Harris enfrenta la percepción de que ella, como parte del gobierno en funciones, es parte del problema. 

El reto es grande. La política clásica que representa Harris, con un toque de progresismo que aboga por reformas en áreas como la justicia penal, la atención médica y el cambio climático, se enfrenta a un rival que combina una visión ultraconservadora con un atractivo antisistema que conecta con sectores trabajadores y descontentos. 

Este enfrentamiento es, en gran medida, el nuevo eje de la política estadounidense: no hay izquierda contra derecha, sino reformismo institucional contra promesas radicales de ruptura y discursos de odio legitimados.

En el debate del 10 de diciembre, Kamala Harris demostró una estrategia clara y bien ejecutada al asumir el rol de fiscal desde el inicio. Con determinación, utilizó datos precisos, propuestas concretas y recordatorios de las controversias de Donald Trump para manejar la narrativa a su favor y mantenerlo en una postura defensiva. Incluso con la comunicación no verbal fustigó al republicano.

En lugar de entrar en ataques impulsivos, Harris se centró en proyectar un liderazgo renovador y un futuro inclusivo para los votantes, destacando la importancia de un cambio de rumbo en la política estadounidense. 

La capacidad de Harris para mantener la iniciativa y aprovechar las debilidades de Trump le permitió reforzar su imagen de líder preparada y competente en el debate. Utilizó su gestualidad y expresiones faciales de manera efectiva para comunicar seguridad y subrayar las inconsistencias de su rival, logrando que la estrategia de su equipo, centrada en esperanza y renovación, se mantuviera intacta. 

Su desempeño ante Trump, los periodistas y las cámaras mostró no solo su habilidad para enfrentar la presión, sino también para consolidarse como una opción viable y fuerte en tiempos de incertidumbre. 

El desafío principal de Harris es traducir su historia personal, que repite una y otra vez, en propuestas claras y tangibles que demuestren no solo el deseo de renovar, sino la capacidad de hacerlo y que conecten con las emociones del electorado.

Encrucijada

Sin llegar a ser progresista en el sentido latinoamericano, el enfoque de Harris en el cambio climático, los derechos de los trabajadores y la justicia social busca ofrecer un contraste claro con las propuestas más polarizantes de su rival expresadas en el Proyecto 2025. 

No obstante, para ser efectiva, debe convencer a los votantes de que su versión de cambio, que sigue siendo dentro del marco institucional, es más viable y segura que las alternativas más disruptivas y ultraconservadoras. 

Kamala Harris se encuentra en una encrucijada crítica. Representa tanto la esperanza de un cambio progresista dentro del sistema como el desafío de superar la creciente desconfianza en las instituciones democráticas. 

En una era donde el desencanto con el establishment político es profundo, su éxito dependerá de su capacidad para ofrecer una visión clara de cómo la política tradicional puede evolucionar para enfrentar los retos modernos. 

Trump la acusa de izquierdista radical y de promover el aborto, incluso después del parto. Pero nada más lejano a la realidad. Más allá de izquierda y derecha, Harris deberá demostrar que su enfoque de reformismo institucional puede competir eficazmente contra el atractivo del outsiderismo y el conservadurismo radical. 

Solo entonces podrá transformar la ilusión en realidad y traer, efectivamente, nuevos aires a la política estadounidense. 

Gane quien gane las elecciones en Estados Unidos, queda claro que Kamala Harris, como pasó con Barack Obama en 2008, trae aires frescos a la política, aunque ya sea parte del establishment desde hace rato.

Fernando Francia es máster en comunicación y consultor en comunicación estratégica y marketing con más de 30 años de experiencia en campañas políticas, organizaciones sociales y medios en América Latina. Ha liderado proyectos de comunicación para el cambio social, ambiental y empresarial, es autor de tres libros publicados por Naciones Unidas y es docente universitario en Redacción Creativa y en la Maestría de Comunicación Política de la Universidad San Judas Tadeo de Costa Rica.

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