Por Carlos Lorenzana
Hablar de Andrés Manuel, es hablar de un animal político. Polarizó, incitó, provocó al opositor, señaló lo que quiso, sedujo a su electorado y seguidores. Frente a sus opositores, practicó un liderazgo autoritario, que dividía porque le convenía; es, aún, un personaje a quien le gusta imponer las reglas del juego.
El liderazgo de AMLO, era una mezcla de populismo político, la identificación profunda con las clases populares y una carga de simbolismo cultural. Supo conectarse emocionalmente son su base de apoyo, al mismo tiempo que centralizaba el poder. Siempre jugó con una doble agenda.
Es un líder a quien no le gustó ceder en absoluto. Saboreó aplicar su visión y no había mejor argumento que el de él y de sus afines. Hay algo que si lo desequilibró y le molestó, que le quitaran algo que él creyó siempre y exclusivamente suyo: la plaza pública; por ello la descalificación a las manifestaciones de sus opositores. La calle y la plaza ya no sólo le pertenecían a él.
Es un líder populista que habló en el lenguaje de su base electoral. Se comunicaba en un lenguaje llano, simple, austero. AMLO vivía por sus seguidores y ellos para él, su éxito se sustentó en su habilidad para mantener su lealtad. Lo reconocían y lo reconocen como uno de los suyos, lo siguen y lo defienden. Somos nosotros contra ellos, el “pueblo sabio” contra la “mafia del poder”.
Al presidente López Obrador le gustó establecer su agenda y en comunicación, supo muy bien cómo hacerlo. Es un hombre que entiende los medios de comunicación como un instrumento del poder. Totalmente antropocéntrico en el momento de comunicar, no le gustó, ni lo permitió, ceder espacios de poder en lo mismo. Andrés Manuel es un político que sabe de la importancia de contar con enemigos sociales y si no los tiene, se los crea, toda su vida política lo ha practicado. Siempre está luchando contra algo y se lo dice a la gente. En su narrativa vive el héroe, el villano y la víctima.
Termina su mandato y sin duda, estará marcado por su estilo de gobernar: gobernar desde lo que comunica (“las mañaneras”), más no comunicar lo que gobierna, porque siempre “tuvo otros datos”.
En lo electoral a diferencia del ejercicio de gobierno, actuó diferente, él supo poner primero la política por encima de la comunicación. La fórmula fue simple, primero la política, después la comunicación y, por último, el ejercicio de gobierno. Aunque nunca lo perdió de vista y lo repitió muchas veces, su gobierno enraizaba una “transformación histórica”, la llamada Cuarta Transformación.
A medida que se acercaba la elección presidencial del 2024, la comunicación, sin dejar de ser su principal herramienta cedía espacios ante el ejercicio pleno de la política. No podía ocultarse el pragmatismo político por el poder, todo giraba en función de forzar su agenda. No cedió espacios, imperativo, no vacilaba en señalar que no habría lugar para traiciones al “movimiento”. Alineó hasta a sus aliados.
Andrés Manuel es un hombre de elecciones, quizá no de gobierno. En las pasadas elecciones, no estuvo en la boleta electoral pero sí estuvo en la campaña, supo gestarse un amplio margen de maniobra política. Es un político y fue un presidente que entiende de política pero sobre todo la practicó: la ley es para sus adversarios y el beneficio para sus seguidores.
AMLO es un hombre que disfruta la confrontación política. Sin duda, fue el mejor referente opositor de los últimos años en la historia política mexicana. No hay, no había, en el escenario de la contienda presidencial un opositor u opositora como él, dicharachero, que salía a enfrentar las crisis desde la ira pero también desde el humor, se burlaba de sus oponentes, se mezclaba con el “pueblo”, un político que hablaba como ellos, caminaba, viajaba y comía como ellos.
La política y la estrategia es timing. Mantenerse en ese estado puede significar mucho recurso y también mucho esfuerzo. El poder no concede. Andrés Manuel supo llevar a la oposición a convertirse en un pelotón de fusilamiento circular, donde todos se echaban la culpa por los resultados obtenidos. Les marcó la prisa y les ganaron los tiempos.
La política es el arte de hacer posible lo imposible. Pero al final no hubo sorpresas, López Obrador, terminó siendo el Gran Elector. México tiene a la Primera Presidenta de la República, la Dra. Claudia Sheinbaum. Para AMLO, la lealtad fue un insumo indispensable e insustituible, la revisó todos los días. Hubieron voces que sentenciaban que uno de los aspirantes podría irse del movimiento, eso no sucedió.
Jugar en la sucesión presidencial y dejar a quien quiso, es tener claro que la política no es de principios es de finales. Comenzar es fácil, terminar bien no es para cualquiera, basta revisar la aprobación presidencial con la que cierra. Vivimos una época en donde la velocidad es uno de sus símbolos, la rapidez al actuar es esencial; el que espera pierde pero el que tiene prisa también.
Que nada de lo que esté por venir nos sorprenda. Primero la política, después la comunicación. Que la convulsión de las pasiones y caprichos no llegue al espacio público, la procuración de justicia y la administración de gobierno, que se quede sólo en eso. Hay mucho en juego y es cierto, la política debe tener sus íntimos secretos para no espantarse de sus propios demonios.
Una buena estrategia no permite que la ilusión que provoca la comunicación política eclipse el ejercicio pleno del poder. En política todo se crea y todo es válido en la consecución del ascenso. Andrés Manuel ha marcado las reglas, es el regreso del ejercicio pleno de la política.
CARLOS LORENZANA
(MÉXICO)
Consultor político electoral. Especialista en manejo de crisis, investigación de la opinión pública, estrategia electoral y comunicación política. Ganador de los principales premios de consultoría política en Latinoamérica.
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