En los últimos años, hemos visto un fenómeno cada vez más común en América Latina: empresarios exitosos que deciden dejar el mundo corporativo para entrar en la política. A primera vista, esto podría parecer una evolución natural, ya que muchas de las habilidades que hacen a un empresario exitoso, como el liderazgo, la visión estratégica y la toma de decisiones rápidas, también son esenciales en la política. Sin embargo, hay un problema clave: gobernar no es lo mismo que dirigir una empresa.
Uno de los mayores desafíos que enfrentan estos empresarios-políticos es que, en muchos casos, intentan aplicar las mismas reglas que les funcionaron en sus negocios al ámbito público. Esto puede generar tensiones y frustraciones, tanto para ellos como para los ciudadanos. El objetivo de una empresa es maximizar beneficios, reducir costos y mantener la eficiencia. Pero en política, las prioridades son diferentes. El bienestar de la población, el equilibrio de intereses y la atención a las necesidades sociales son fundamentales, y esas metas no siempre se alinean con una mentalidad empresarial.
Un caso reciente en México es el de Claudio X. González, un empresario que ha tenido una fuerte presencia en la política al apoyar la candidatura de Xóchitl Gálvez. Gálvez, quien también viene del mundo empresarial, ha experimentado de primera mano cómo las formas de operar en el sector privado no siempre se ajustan a la política. Se dice que la manera en que González quería gestionar las cosas no coincidía del todo con la dinámica de los partidos que respaldaban a Gálvez. Este tipo de tensiones es un ejemplo de las dificultades que pueden surgir cuando los enfoques corporativos y políticos chocan.
Pero México no es el único lugar donde esto sucede. En toda América Latina encontramos ejemplos similares.
En Argentina, el caso de Mauricio Macri es uno de los más representativos. Antes de entrar a la política, Macri fue un exitoso empresario al frente del grupo SOCMA, una de las mayores empresas constructoras del país. Luego, decidió incursionar en la política, primero como jefe de Gobierno de Buenos Aires y luego como presidente de Argentina en 2015.
Macri intentó aplicar principios empresariales a la gestión del Estado, con un enfoque en la austeridad y la eficiencia. Sin embargo, no tardó en descubrir que los tiempos y las dinámicas políticas no siempre se ajustan a las estrategias empresariales. Las decisiones en política no solo dependen de lo que es más eficiente o rentable, sino de un delicado equilibrio entre intereses sociales, políticos y económicos. Durante su mandato, enfrentó fuertes resistencias a sus reformas y no logró los resultados esperados, lo que contribuyó a su derrota electoral en 2019. Su experiencia muestra cómo la política demanda una capacidad de adaptación que va más allá de la lógica empresarial.
En Chile, Sebastián Piñera es otro ejemplo de un empresario que decidió pasar al mundo de la política. Piñera, quien hizo una gran fortuna en el sector bancario y como dueño de importantes empresas, fue presidente de Chile en dos ocasiones. Durante sus mandatos, intentó aplicar una visión de gobierno basada en el crecimiento económico y la eficiencia estatal.
Sin embargo, la política no siempre es predecible. En 2019, su gobierno enfrentó una de las crisis sociales más grandes en la historia reciente de Chile. Las protestas masivas, que surgieron por la desigualdad y la falta de acceso a servicios básicos, pusieron a prueba su capacidad para gestionar una crisis que no podía resolverse con las herramientas tradicionales del mundo empresarial. En ese momento, Piñera tuvo que aprender que, en política, la empatía y el diálogo son tan importantes como la eficiencia.
En Ecuador, la historia de los Noboa es otro ejemplo interesante. Álvaro Noboa, uno de los empresarios más ricos del país, ha intentado en varias ocasiones llegar a la presidencia. Durante sus campañas, ha prometido aplicar su éxito en los negocios a la gestión del país, sugiriendo que las soluciones empresariales podrían resolver los problemas estructurales de Ecuador. Sin embargo, no ha logrado conquistar al electorado, en parte porque muchos ciudadanos no ven con buenos ojos la idea de gestionar un país como una empresa.
Ahora, su hijo, Daniel Noboa, ha asumido la presidencia, y algunas de las ideas de su padre parecen estar presentes en su gestión. Pero la realidad política ecuatoriana, marcada por la pobreza, la inequidad y la necesidad de atender a una población diversa, sigue demostrando que las soluciones empresariales no siempre son aplicables en el ámbito público. El desafío de Daniel será encontrar un equilibrio entre la visión empresarial heredada de su padre y las demandas sociales de un país que requiere políticas públicas sensibles y adaptadas a su realidad.
Lo que estos casos nos enseñan es que no basta con ser un empresario exitoso para triunfar en la política. Ambos mundos tienen sus propias lógicas, y aunque algunos principios son transferibles, es crucial entender que las reglas del juego cambian.
En política, los tiempos son más lentos, las decisiones son más complejas y las necesidades de la gente no siempre se resuelven con una fórmula de eficiencia o rentabilidad. Los empresarios que han logrado adaptarse y tener éxito en la política son aquellos que han sido capaces de "tropicalizar" su enfoque: ajustar sus métodos a las realidades políticas, escuchar a los ciudadanos y aprender a operar en un entorno donde la negociación y la empatía son fundamentales.
Un empresario acostumbrado a tomar decisiones rápidas y a imponer su visión en una empresa puede sentirse frustrado al encontrarse con la resistencia y las demoras propias de la política. Pero aquellos que logran hacer esta transición con humildad, rodeándose de buenos asesores y dispuestos a aprender de las particularidades del mundo público, pueden marcar una verdadera diferencia en sus países.
En conclusión, el salto del empresariado a la política es una transición posible, pero no sin sus desafíos. Los empresarios deben ser conscientes de que la política no se trata solo de maximizar resultados, sino de gobernar para todos, considerando una amplia gama de intereses y necesidades. El éxito en la política depende no solo de la capacidad de gestión, sino de la sensibilidad y la adaptabilidad frente a las demandas de la sociedad. Para aquellos que entienden esta diferencia, hay un enorme potencial de contribuir al bienestar de sus naciones. Para los que no, la política puede ser una dura lección sobre las limitaciones del enfoque empresarial.