El poder que moldea la mente
Por: Alberto Rivera
El mensaje
no siempre triunfa por su fuerza, sino por la disposición del otro a
escucharlo. Manuel Castells lo advirtió hace más de una década: el poder no se
impone únicamente desde las instituciones, sino que se ejerce a través de la
comunicación. En una sociedad interconectada, donde las redes son territorio,
los algoritmos son fronteras y los datos son el nuevo petróleo, quien controla
la información controla la mente colectiva.
Hoy, más
que nunca, esa idea se vuelve visible. Vivimos en un ecosistema donde la verdad
compite con la percepción, donde los hechos se diluyen ante las emociones y
donde el poder se sostiene no por su legalidad, sino por su narrativa.
El discurso
ya no busca convencer, sino conmover. La política dejó de ser una disputa de
ideas para convertirse en una batalla de significados. En la era digital, lo
que importa no es tanto lo que se dice, sino cómo se siente. El poder real ya
no está en la razón, sino en la emoción.
La batalla
política, social y mediática ya no ocurre únicamente en los debates ni en las
plazas públicas, sino también —y sobre todo— en los dispositivos que todos
llevamos en la mano. Cada pantalla es una trinchera, cada clic, un gesto de
adhesión, cada “me gusta”, un microacto de poder simbólico. El nuevo campo de
poder es la mente; el nuevo territorio, la atención. En este escenario, la
verdad se fragmenta y la opinión se convierte en moneda de cambio. El ruido
reemplaza al argumento, y la viralidad suplanta a la profundidad.
El Estado,
los partidos, los medios y las plataformas digitales se disputan lo mismo: la
capacidad de definir el relato. Quien marca la conversación pública gana
tiempo, legitimidad y autoridad. Quien la pierde, deja de existir
políticamente. Las guerras ya no se libran con cañones, sino con tendencias; ya
no se ganan con votos, sino con adhesiones emocionales; ya no se sostienen en
el miedo físico, sino en la manipulación simbólica.
En el
fondo, lo que se disputa no es el poder formal, sino el control del sentido.
Quien logra imponer un marco de interpretación, conquista la mente antes que el
territorio.
Castells lo
decía con claridad: la forma esencial del poder radica en la capacidad de
modelar la mente, de influir en cómo las personas piensan, sienten y actúan.
Por eso, los liderazgos más efectivos de nuestro tiempo no son los que gritan,
sino los que interpretan. No los que prometen, sino los que logran conectar
emocionalmente con el sentido de comunidad, de esperanza o de enojo que domina
el momento. En política, el liderazgo ya no se mide por el número de discursos,
sino por la capacidad de generar identificación.
Y eso
explica gran parte de lo que ocurre hoy. En México —y en buena parte del mundo—
estamos presenciando cómo el poder comunicativo redefine la política. Los
gobiernos se sostienen o se desgastan según su relato; las oposiciones no
crecen si no logran narrar una causa; los movimientos sociales se vuelven
virales cuando logran convertir el dolor en historia y la indignación en
símbolo. El poder se mide en emociones colectivas, no en estructuras
institucionales.
La
comunicación ya no es un instrumento del poder: es el poder mismo.
En este
tiempo de sobreinformación, el silencio también comunica, y la ausencia de
narrativa se paga con olvido. Quien no comunica, se disuelve. Quien no
interpreta, desaparece. En el mar infinito de mensajes, solo sobreviven
aquellos que logran despertar un eco emocional. Las causas que trascienden no
son necesariamente las más justas, sino las que saben contar su historia. Las
que logran dar sentido al caos, nombrar el miedo y ofrecer esperanza.
Por eso,
hoy más que nunca, la política exige entender que el poder ya no reside en la
autoridad que se impone, sino en la percepción que se construye. La mente
humana se ha convertido en el territorio donde se libra la batalla decisiva:
una batalla por el significado, la emoción y la atención.
En esta nueva era, quien domine la conversación dominará la realidad. Y quien logre modelar emociones, despertar confianza y dar sentido al caos, no solo dominará la comunicación, sino también el poder mismo.


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