El Secreto del Poder: Cómo la Emoción Domina las Multitudes

 

Por Christian Olalde

T​​odo inició a altas horas de la madrugada, en una conversación con AB, una mujer con un cerebro hermoso y una visión brillante sobre la naturaleza humana. Entre risas, reflexiones y uno que otro cigarro por mi parte: llegamos a un punto intrigante: “las masas no se mueven por ideología personal, sino por emoción”. Esa idea, aparentemente sencilla, abrió una puerta a explorar cómo funciona el engranaje colectivo cuando se trata de movimientos sociales, protestas o incluso decisiones políticas.

Piénsalo. La ideología personal, ese conjunto de creencias y valores que cada uno va construyendo con el tiempo, parece ser el motor lógico detrás de nuestras acciones. Pero cuando las personas se agrupan, ese motor queda en segundo plano. Lo que toma el control es la emoción: la indignación que se siente en una marcha, el entusiasmo que explota en un mitin, o el miedo que una crisis puede despertar en las redes sociales.

AB, con su forma tan precisa de argumentar, planteó que la emoción es el lenguaje universal que conecta a las personas, mientras que la ideología es más individual y requiere reflexión; a lo que completé: en un colectivo, no hay tiempo ni espacio para profundizar en matices; lo que mueve es la energía compartida, el impulso de sentir que “somos parte de algo”.

¿Por qué las emociones superan a las ideologías?

Primero, porque las emociones son inmediatas. Una frase contundente, una imagen poderosa o un discurso apasionado pueden encender a una multitud en cuestión de segundos. En cambio, la ideología requiere tiempo: leer, reflexionar, contrastar ideas. En una protesta, nadie pregunta si tu ideología es compatible; basta con que compartas el enojo o la esperanza para que seas parte del grupo.

Segundo, porque en grupo buscamos pertenencia, no debate. En un ambiente colectivo, las personas suelen ajustar sus acciones para alinearse con la mayoría. Es más fácil dejarse llevar por la energía del momento que detenerse a analizar si todo encaja con tus creencias personales.

Finalmente, porque la emoción une mientras que la ideología puede dividir. Un grupo puede estar compuesto por personas con ideologías diferentes, pero mientras compartan una emoción (indignación por la injusticia, miedo al cambio, euforia por un triunfo), actuarán como uno solo.

El desafío de entender este fenómeno

Entonces, la pregunta no es si las masas se mueven por emoción o ideología. Está claro que la emoción es la chispa que enciende el fuego. La verdadera cuestión es: ¿cómo equilibramos la energía emocional con la profundidad de las ideas, para que los movimientos no solo sean apasionados, sino también conscientes y transformadores?

El odio como base del discurso

Los discursos de odio han encontrado en la política un terreno fértil para florecer, y no es casualidad. En tiempos de polarización, estos mensajes se convierten en armas poderosas para ganar seguidores, distraer de problemas reales y consolidar el poder. Sin embargo, el costo de permitir que el odio domine el diálogo político es altísimo: nos fragmenta como sociedad y amenaza los valores democráticos que tanto nos ha costado construir.

En su esencia, un discurso de odio es aquel que, a través del lenguaje, deshumaniza, discrimina o incita a la violencia contra un grupo de personas. Puede basarse en raza, género, orientación sexual, religión, clase social o cualquier característica que se perciba como una "diferencia". Y aunque muchas veces se disfraza como “libertad de expresión” o “opinión legítima”, su propósito real es sembrar miedo, división y rechazo.

¿Por qué los discursos de odio son tan comunes en la política? Porque son efectivos, aunque tóxicos. Apelar a las emociones más básicas —como el miedo o la ira— moviliza masas. Un líder que usa el odio puede fácilmente señalar a un “enemigo” y culparlo de todos los males: inmigrantes, mujeres, la comunidad LGBTQ+, o incluso sectores políticos opuestos. Este tipo de narrativa simplifica problemas complejos, dándole al público una solución falsa y rápida: “Si eliminamos al enemigo, todo estará bien”.

En México, hemos visto cómo estas estrategias son utilizadas tanto en discursos oficiales como en redes sociales. Políticos de todos los colores han recurrido a ellas para consolidar su base de apoyo. Sin embargo, lo que podría parecer una táctica conveniente a corto plazo tiene consecuencias desastrosas. Los discursos de odio no solo generan fracturas en el tejido social, sino que también legitiman la violencia y perpetúan la intolerancia.

Gracias, AB, por esa madrugada de ideas brillantes. Y a todos los que leen esto: ¿ustedes qué creen que los mueve más, su emoción o su ideología?


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