Entre la verdad y la manipulación: el rol de la comunicación política en el Buen Gobierno


Por: Lina Tramelli

En las democracias contemporáneas, la comunicación política se ha convertido en un eje central del ejercicio del poder. Lejos de limitarse a la transmisión de mensajes institucionales, representa hoy un campo de disputa simbólica donde se juega la legitimidad, la percepción ciudadana y, en muchos casos, la estabilidad misma de los gobiernos. Este artículo explora cómo la comunicación política puede ser una herramienta fundamental para el Buen Gobierno, pero también, si es mal utilizada, un vehículo para la manipulación y la corrupción.

  1. La comunicación política como instrumento de gobernanza

El Buen Gobierno —definido por organismos internacionales como la ONU o el Banco Mundial como un modelo basado en la transparencia, la rendición de cuentas, la participación ciudadana y el respeto al Estado de derecho— no puede sostenerse sin una comunicación política eficaz. Este tipo de comunicación debe garantizar que los ciudadanos estén informados, tengan acceso a los canales de participación y puedan evaluar el desempeño de sus representantes.

Una comunicación institucional clara, accesible y basada en la verdad fortalece la confianza ciudadana y legitima las decisiones gubernamentales. Además, permite prevenir rumores, reducir la incertidumbre y fomentar la cohesión social, especialmente en contextos de crisis o cambio.

  1. Corrupción y manipulación: cuando la comunicación pierde su ética

Sin embargo en muchos regímenes —incluso en democracias consolidadas— la comunicación política ha sido cooptada por intereses particulares, utilizada como una herramienta para maquillar la gestión, silenciar críticas o construir realidades paralelas. En estos casos, se prioriza la propaganda sobre la información, el control sobre la participación, y la imagen sobre la integridad.

Este fenómeno tiene efectos directos en la gobernanza. La manipulación mediática, la desinformación y el uso estratégico de los medios para encubrir actos de corrupción generan un profundo deterioro de la confianza pública. La ciudadanía, al percibir una desconexión entre el discurso oficial y la realidad vivida, adopta actitudes de desafección política, escepticismo o incluso apatía electoral.

  1. Desafíos contemporáneos de la comunicación política

La era digital ha transformado radicalmente el escenario comunicacional. Hoy, los gobiernos ya no monopolizan el flujo de la información, pero siguen siendo actores clave en la configuración del debate público. Esta nueva realidad trae consigo desafíos inéditos:

  • Infoxicación (saturación de información que dificulta procesar, entender y tomar decisiones claras) y post verdad: La sobrecarga de información y la prevalencia de las emociones sobre los hechos dificultan el acceso a una opinión pública informada.

  •  Polarización política: Las redes sociales amplifican discursos extremos, fragmentando la esfera pública y debilitando el diálogo democrático.

  • Tecnologías de manipulación: Algoritmos y campañas de desinformación pueden distorsionar el debate electoral, deslegitimar a opositores y consolidar narrativas falsas.

  • Desigualdad en el acceso a la información: Sectores vulnerables siguen teniendo barreras tecnológicas o educativas para acceder a información veraz y participar activamente.

Frente a estos retos, se impone una reflexión profunda sobre el papel ético de los comunicadores públicos, los periodistas, y los ciudadanos en la construcción de una comunicación más justa y democrática.

  1. Hacia una comunicación política con enfoque ético y ciudadano

Combatir la corrupción y fortalecer el buen gobierno no es solo una cuestión de reformas legales o auditorías financieras: es también una transformación cultural que pasa por la forma en que el poder se comunica. Urge consolidar una comunicación política orientada por principios de ética pública, transparencia activa y participación ciudadana efectiva.

En este marco, los gobiernos deben garantizar no solo el derecho a la información, sino también el derecho a la comunicación, entendida como la capacidad de todos los sectores sociales de expresarse, ser escuchados y participar en la construcción del relato colectivo.

La comunicación política puede ser un arma de doble filo: un instrumento para transparentar la gestión y empoderar a la ciudadanía, o un mecanismo de control y manipulación al servicio de intereses corruptos. En tiempos de desconfianza generalizada y crisis institucionales, resulta imprescindible recuperar su sentido democrático y ético.

Fortalecer una comunicación política centrada en la verdad, la inclusión y el diálogo es una de las grandes tareas pendientes del siglo XXI. Solo así será posible avanzar hacia gobiernos más abiertos, responsables y legítimos.




 

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